Buscar este blog

sábado, 10 de junio de 2023

Don Quijote de Loyola, Caballero Jesuíta. (Los Manuscritos Muertos y las Vidas Creadas. Recopilación VI)

 Don Quijote de Loyola, Caballero Jesuíta. (Don Quixote de Loyola, Equites Iesuitarum)




Tras observar como se puede encauzar hacia la grandeza la figura de un personaje-mito a través de la impregnación del momento de la muerte, mediante esas máscaras mortuorias u otros iconos, resumamos un poquito. Ese símbolo de tránsito entre la vida y la muerte, que inmortaliza su vida y obra, la materializa y refuerza sus relatos. Casi de una manera esotérica, casi a modo de egregor, avivando sus mensajes y todo lo relacionado con sus protagonistas. Aunque como vimos, y veremos, tanto los manuscritos muertos, como los mensajes de divina procedencia aparecidos en su justo momento, son mucho más efectivos si son impulsados desde fuentes oficiales con fuerte aparato propagandístico. 

Pero no nos engañemos, la máscara postmortem del ínclito Loyola, no es comparable a la archiconocida de Dante o, a otras, como la famosa síndone de Turín; más bien parece que, por los datos que conocimos, invitaban a ocultar el hecho de que construyeran sus distintas imágenes icónicas desde el modelo de su cara de muerto, "reavivada" con buenas artes; o malas, según se entiendan las intenciones. No obstante, la maquinaria de la Compañía iba cogiendo velocidad de crucero en la creación del mito de su fundador. Pero había unas "manchas teológicas" que debían de borrarse de la imagen de vida santa que no eran compatibles con la idea de Contrarreforma católica, que se estaba imponiendo contra el hasta hacía pocos años alabado humanismo erasmista, y que no podían asomar en el estandarte de la orden jesuita.


La Compañía debía de renunciar a los aspectos más renovadores que promulgaba Ignacio de Loyola y sumarse al gobierno de la Inquisición junto a la Orden de los Dominicos. Para ello era necesario borrar toda la información sobre las persecuciones de las que fue objeto, Loyola, por parte de los seguidores de Santo Domingo de Guzmán. Aquellas que dictó de viva voz al padre 
Luis Gonçalves, biógrafo del "Relato del Peregrino", donde contó como fue acusado y encarcelado por breves periodos de tiempo por "iluminismo", por parte de la Santa Inquisición o la autoridad episcopal en Alcalá de Henares, Salamanca y París, entre 1526 y 1535. 

Los "iluministas", o "alumbrados", fueron una secta de místicos con grupúsculos localizados en pequeñas ciudades de Castilla. Promulgaban el amor a Dios abandonándose a la voluntad divina y no reconociendo las autoridades eclesiásticas, su jerarquía y sus dogmas. Y claro, con la Iglesia hemos topado. Muchos de estos alumbrados eran beatas y monjas, que realizaban momentos de éxtasis, arrobos, presuntas levitaciones y otros fenómenos paranormales bajo el cobijo de reuniones palaciegas de nobles píos, amparados bajo títulos de Grandes de España. donde eran "reinas del salón". Alguno de estos "alumbristas" hizo de estas reuniones su medio de vida. Y ahí por donde se ofrecían dádivas solía aparecer Íñigo. También relató como fue perseguido de nuevo en Venecia y Roma. En varias cartas niega cualquier implicación con los alumbrados.

Máscara mortuoria de San Francisco de Borja


Ni que decir tiene que desapareció cualquier vinculación procesal con el futuro santo, pero se debía borrar aquella prueba autobiográfica que ponía en entredicho a los inquisidores dominicos después de pactar con la Compañía de Jesús el abandono, por parte de los jesuitas, de sus ideas más renovadoras para la Iglesia y compartieran el mandato de la Santa Inquisición. El pacto entre ambas órdenes supuso una radicalización de ideas y medidas surgidas del Concilio de Trento para hacer frente al protestantismo, que dividió a la Cristiandad. La llamada Contrarreforma exigía una unidad entre el catolicismo y, por tanto, aquel "Relato del Peregrino", debía desaparecer de forma material. El encargado de su eliminación fue el tercer general de los jesuitas. Francisco de Borja, bisnieto de Alejandro VI, uno de los dos papas Borgia, y bisnieto del gran Fernando, el Católico, fue Grande de España e incluso llegó a ser nombrado Virrey de Cataluña por el Emperador Carlos V. El más alto poder tomó las riendas de aquellos soldados espirituales del Papa; si ya no estaban lo suficiente amarrados desde sus inicios. Este nobilísimo general también tuvo una "conversión ignaciana", por cierto. 

La autobiografía maldita no se había imprimido desde su extraña finalización, unos meses antes de la muerte de Loyola. Gonçalves, mandó pasar sus notas manuscritas en dos tandas. Una primera de 8 capítulos copiados en castellano y la otra con los 3 restantes en italiano, al no encontar amanuense (o copista) en Génova, que conociera el idioma con el que se tomaron las notas de viva voz. Cuesta de creer esta circunstancia al conocer que dicha obra se divulgó con rapidez entre la Compañía, al ser los jesuitas una orden de miembros bastante cultos. Pasaron 10 años hasta la prohibición en 1565, a la muerte de Laínez, sucesor de la Generalía. No bastó con desbrozar ciertos pasajes comprometidos. El encargado de confeccionar un buen traje a medida de la vida del fundador de la Compañía fue, ni más ni menos, que el mismo que se encargó de crear la imagen icónica del Loyola en tránsito de la vida a la muerte, ese oscuro personaje con varios másteres en conspiración, que fue Pedro de Ribadeneyra. La redactó primero en latín, en 1572, y en 1583, en castellano, con título "Vida del Padre Ignacio de Loyola". Un fino trabajo de conversión de ideas y una pesada, muuuy pesaaada biografía.



Ribadeneyra (1526-1611), en su larga y militante vida, se encargó de fijar de manera correcta las biografías de los dos siguientes generales jesuitas a Loyola: Diego Laínez, uno de los 7 padres fundadores, y "el Borgia", antes mencionado. También fue el principal encargado de dar esplendor a la nueva causa de la Compañía de Jesús. En 1595, escribió "Tratado del Príncipe Cristiano", la teoría revisada de oposición directa a la obra de Maquiavelo, su famoso "El Príncipe", donde aquel afirmaba que la religión cristiana era contradictoria con la defensa por las armas y volvía a los hombres incapaces de virtudes militares, los hacía débiles para el gobierno. Ribadeneyra hace hincapié en todo lo contrario y se hace eco de las tesis antimaquiavélicas, que ensalzan más la eficacia militar ante la eficacia política, que promulgaba el florentino. Esa fue una de las ideas de la Contrarreforma, unir a los países para tomar las armas en nombre del catolicismo contra los enemigos de Dios. Los jesuitas en esos años sufrieron una fuerte hostilidad, en especial los españoles, que cesaría tras la claudicación de las renovaciones que promovió su fundador por parte de toda la Compañía.

El "Relato del Peregrino" desapareció para el público hasta bien entrado el siglo XX, la intensa vida y los pasajes seleccionados por Loyola para que sirviesen de guía a sus futuros compañeros (fueran ciertos o no), no fue revelada, en cierta manera, hasta 1731, donde se publicó una traducción en latín recogida por el padre Jean Pien, bolandista, que eran aquellos colaboradores jesuitas que continuaron la obra hagiográfica de Jean Boland, en un compendio de todos los datos posibles de la vida de los santos católicos. La hicieron a partir de la traducción latina del padre Hannibal du Coudret, de 1561, y que apareció en Amberes como "«Acta Sanctorum», Vol 34, pp 645-665", confrontada con el códice del padre Jerónimo Nadal, el más insistente con el fundador para que escribiera su vida y prologuista del mismo. El documento original no se conservó, pero basados en las copias más antiguas se pudo publicar la versión "original", copiada en castellano e italiano, en la gran recopilación de documentos sobre los primeros años de la Compañía que se realizó en la colección "Monumenta Historica Societatis Iesu", a partir de 1894. El "Relato", fue introducido en esta en 1904, siendo divididos los 11 capítulos, también en un total de 101 numerales (otro 11-11). Tras una nueva pequeña edición más crítica en 1942, para estudiosos y de difícil acceso, en la misma "Monumenta", no fue hasta 1973 que se editó para dominio público a través de la editorial Labor, sin que haya sido justificada su ausencia por la Compañía. 400 años de ausencia.



¿Pero por qué esa ocultación?¿Acaso iban a rendirle cuentas a la Compañía tres o cuatro siglos después? Ya fue beatificado en 1609 y santificado como San Ignacio de Loyola en 1622, no iban a quitarle honores. ¿Qué esconden esos textos? Puede que la respuesta la hayemos en las palabras que dejaron los bolandistas para la exposición de dicha biografía en latín los motivos, en la lengua de Julio César, claro:"vitam 'illam, tot titulis venerabilem, e tenebris in quibus deliturat hactenus, in lucem proferri merito debere", algo así como: "aquella vida venerable por tantos méritos, desde la oscuridad en la que había permanecido hasta ahora, sea sacada como se merece a la luz". Puede parecer esta una alusión a la famosa inscripción del escudo que aparece ilustrado en la primera edición de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", en1605, que reza de esta manera: "Post tenebras spero lucem"; tras la oscuridad, esperamos la luz. Explicamos porqué la más famosa de las obras de Cervantes tiene que ver con la biografía perdida de Loyola. Pero no adelantemos acontecimientos, paso a paso.

Viajemos en primer lugar a la Salamanca de 1610, donde se celebraba una fiesta en homenaje a la beatificación de Ignacio de Loyola recorriendo las calles, donde documentaron una máscara a la picaresca llamada "el triunfo de Don Quijote". Ya habían pasado 5 años de la primera edición de la famosa novela, 40 de la prohibición y retirada del inadecuado "Relato del Peregrino", y 27 de la publicación de la políticamente correcta biografía a cargo de Ribadeneyra. Esa fue la fuente más antigua de los paralelismos temáticos y anecdóticos que han surgido entre lo publicado en la biografía oficial a lo largo de la historia, del que se creyó, también, que Cervantes las parodió. Muchos investigadores y autores coincidieron en eso. François-Marie Arouet, con nombre de guerra Voltaire, compara a Loyola con el Quijote en su "Diccionario Filosófico" de 1764: "¿Deseas adquirir un gran nombre, ser el fundador? Estar completamente loco, pero con una locura adaptable a tu siglo." Aquí, Voltaire, hace mención del precio a pagar por llevar a cabo ideas no convencionales, pero firmes, te convertirán en loco en tu tiempo y serás perseguido, pero que con el tiempo será idealizado por su tesón, como el Quijote, y premiado en glorioso recuerdo. Escribió, además, el filósofo y francmasón francés: "Tened, además, la suficiente razón en vuestra locura para dirigir vuestras extravagancias. Sed excesivamente obstinado. Es posible que os ahorquen, pero si no os pillan, se erigirán altares en vuestra memoria."



Otro gran autorque vio a Loyola encarnado en la triste figura del personaje cervantino fue el vasco, como San Ignacio, Miguel de Unamuno. Percibió animadversión de la misma Compañía de Jesús hacia él, al que definía como "el caballero de la Fe y el fundador del cristianismo quijotesco."  San Ignacio sería el Quijote de la Iglesia, el hidalgo (como lo fue Loyola) que se dejaba trastornar la mente para la mayor gloria de Dios. Cierto jesuita le confesó a Unamuno que durante una fiesta los novicios de la Compañía prendieron fuego a un ejemplar de la novela de Cervantes mientras daban brincos sobre sus llamas. Para este escritor, la figura del fundador de los jesuitas, no tuvo relación con el papel desempeñado por sus miembros tras su desaparición. Pero Unamuno, fallecido en 1936, no llegó a conocer el "Relato del Peregrino", que parece tener la clave de esa relación entre la construcción de el hombre y el mito de la figura de aquel Íñigo López de Loyola.

La figura de San Ignacio no podía crearse en otro lugar que no fuera en tierra hispana. En un artículo sobre el mito de "Antígona",  el ensayista gallego y miembro del Club de Roma, Juan Rof Carballo, en 1987, describió:"Nuevos, auténticamente nuevos, no hay más mitos que los inventados en España. El Quijote, Don Juan, Segismundo y, añadiría, según quiero recordar, a la Celestina. Es extraño que el país que ignora a Antígona, que no gusta de la tragedia, que hace fracasar a Cervantes cuando la escribe, es el único en occidente, que después de los griegos, es capaz de generar mitos originales.



Y entonces, es cuando nos topamos con un extraordinario ensayo publicado en 2002 titulado "El triunfo de Don Quijote. Cervantes y la Compañía de Jesús: un mensaje cifrado", del profesor y ensayista sevillano Federico Ortés. Un profesor de secundaria, especialista en la más famosa obra de Cervantes extraordinariamente poco conocido. Decimos esto por la extrañeza que nos debería provocar el que un descubrimiento del tamaño que les vamos a narrar sea tan poco nombrado. Debería, hemos dicho bien. A estas alturas de la película ya podemos advertir que cuando algún bienintencionado investigador pincha en hueso del sistema, y esa herida puede sangrar bastante, este sabe muy bien como suturar el corte. Eclipsa la mancha a base de costura fina con el suficiente hilo, hasta que el pinchazo deja de arrojar sangre alguna, cicatrice bien y no haya peligro de gangrena.

Esa biografía por encargo escrita por Ribadeneyra, como nos cuenta Ortés, estaba "repleta de una prosa sobrecargada y tediosa, llena de inútiles explicaciones y de dobles y triples adjetivos". Del "Relato" humanista de la autobiografía de Loyola se pasa a las adulaciones a la Inquisición en la "Vida" que lo suplantó; así como insultos sin mesura a todos los protestantes, judíos y musulmanes. El maquiavélico Ribadeneyra (seguro que este adjetivo le escocería cual sal en herida abierta) cumpliría un triple objetivo, según Federico Ortés: despojar a Loyola de su fuerte impronta heterodoxa, silenciar las fuertes acusaciones de injusticia y cohecho, expuestas en el "Relato", contra determinadas personas e instituciones, e integrar a la Compañía en cabeza de la opresiva Contrarreforma. Esas quejas y protestas quedaron en el olvido, pues los jesuitas han sabido siempre como limpiar y presentar su historiografía de la manera más favorable a sus intereses.



Tras esos dibujos de las costuras es donde este profesor, Federico Ortés, pudo dislumbrar que en esos primeros 8 capítulos descarriados del "Relato" primitivo, estaba la clave que Miguel de Cervantes plasmó en su "Don Quijote". Estos capítulos copiados inacabados fueron dejados por Gonçalves en Roma estaban escritos en castellano, y de los que se extendieron copias manuscritas por Roma y el resto de colegios de la Compañía, forman el germen de la novela. La base de la que Cervantes arma una imitación semántica y de forma, que incluso hace coincidir, para que no haya objeto de duda, el que quede inacabado el octavo capítulo cuando don Quijote comienza la batalla con el vizcaíno; cuando en esas copias del "Relato", Ignacio de Loyola, estaba a punto de recibir una paliza ejemplar dejando ese capítulo 8 en el aire. Cervantes no sólo copia la estructura del personaje por capítulos, tambié echa mano de la biografía de Ribadeneyra para tener una fuente del contenido paródico. 

El "Relato" actúa como modelo de la verdadera vida de Loyola para los historiadores; ejerciendo la "Vida" de prototipo de la falsa o irreal literatura. También esos 8 capítulos son la base para hallar las pistas metodológicas claves par introducirse en la desencriptación de la novela. este debe ser uno de los motivos del secuestro de la obra por casi 400 años. Sin ella en circulación hace casi imposible su relación con el Quijote. El oscurantismo del doble lenguaje ha de ser asumido por el lector para poder ver las raíces profundas de esta obra de Cervantes, el cual, utiliza desde el principio una suerte de alfabeto críptico progresivo, según Ortés, al que se accede por conocimiento a la perfección de los textos "Relato" y "Quijote". Entonces, se empezarán a observar sus analogías y la doble trama, externa e interna, que al entrar ambas en interrelación multiplica el contenido de la novela y la convierte en una obra mucho más compleja de lo que siempre se imaginó. No en vano, Cervantes utiliza varios narradores ficticios como recurso literario para "exculparse", de manera literaria al menos, de lo que diga su Don Quijote, que también debe ser exculpado por su locura artificiosa. El autor se pone varios vendajes antes de ser "herido". Curiosamente, recurre a ese truco para cambiar de narrador a partir del capítulo 9, y cederlo al misterioso morisco, Cide Hamete Benengeli, al que muchos "expertos" ven un nombre en clave del mismo autor. El narrador de los primeros 8 capítulos queda en misterio.




Esquema de algunas semejanzas de pasajes
 del capítulo 1 de "Relato, "Vida" y "Quijote".



Este descubrimiento del profesor Ortés fue puesto en conocimiento por él mismo a las diferentes instituciones y asociaciones cervantinas oficiales, obteniendo un gran silencio por respuesta. Su hallazgo contrastado en una serie de ensayos y artículos, la mayoría puestos a libre disposición, se puede considerar como un delito histórico de omisión, que afectaría a todo el siglo de Oro, según este profesor. Pero, ¿cuál habrá sido la respuesta por parte de los jesuitas el motivo del secuestro del "Relato" y su origen como fuente principal del Quijote? Silencio, también. Una especie de "omertá" de la historia que impide informar sobre las actividades histórico-delictivas.¡Dios salve a  los elucubradores!

Ahora se entienden mejor esos autos de fe realizados por algunos jesuitas donde arrojaban a las llamas ejemplares de la novela de Cervantes al grito de: "¡por hereje, por impío, por liberal!", en clara referencia velada a su padre fundador. Pues parece que iba por buen camino el descubrimiento del profesor Ortés. Cervantes construyó su novela del caballero de la triste figura de una forma matemática. Los 8 primeros capítulos son una parodia perfecta de los 8 capítulos "sueltos" del "Relato" y el inicio de la muestra de forma velada las mentiras de la "Vida" de Ribadeneyra. Esa biografía "mentirosa" tuvo exitosas ediciones en 1583, 84, 86, 94, 95 y, la última, de manera sospechosa, coincidió con la primera edición del "Quijote", en 1605. Ya no se volvió a editar hasta 1863. Incluso se llegaron a apartar y esconder también esta biografía tras el explosivo y rotundo exíto de la novela de Cervantes, cuyos primeros ejemplares corrieron de manera exitosa por la corte del monarca Felipe III. ¿Qué raro, no? Parece que los lectores de ambas obras de la época supieron encontrar similitudes entre el personaje de esa novela como una parodia del fundador de la Compañía de Jesús encarnado en Don Quijote. 



Los "amores platónicos" de ambos personajes, Loyola y Quijote, por damas que no estaban a su alcance, y que nos recuerda a las "donna angelicata" de aquellos Fedeli d'Amore con Dante a la cabeza, se manifiestan aquí de manera encriptada con la figura de Dulcinea del Toboso. Ese acaramelado nombre compuesto por 17 letras, esconde a la joven por quien quedó prendado aquel Íñigo soldado y que fue hermana del mismísimo emperador Carlos V, la entonces infanta Catalina de Austria, de 17 letras, también. Por supuesto esa alusión de deseo por la imagen de una mujer a un futuro santo no se podía tolerar, aunque sólo fuera de manera contemplativa. La relación entre algunos nombres de la novela con personajes históricos que interactuaron con San Ignacio también aparecen velados, como fue el caso del arzobispo de Toledo, que será escondido tras otro nombre de 6 letras como el de arzobispo de Turpín, nombre del considerado legendario autor de las "Crónicas de Carlomagno y Roldán". La idea del "camino" como eje central de la novela es un recurso para adaptar el propósito de vida hacia la santidad de Loyola, como el del Quijote hacia su promesa como caballero andante. Los mensajes codificados en forma de parodia hicieron reaccionar a la cúpula jesuita.

El ataque del agente Ribadeneyra, llegará a culminarse tres años después de su muerte, el 22 de Septiembre de 1611. El encargo se desarrollará tras conocerse la elaboración de la segunda parte del Quijote a cargo de Cervantes, donde se corría el riesgo de que dejara todavía más en evidencia el plan de ocultación de lo desvelado en la "autobiografía" del propio, ya beato, Ignacio de Loyola desde 1609. Este plan fue la anticipación a esa publicación con una versión apócrifa que contrarrestaran los efectos que habían calado de la primera parte. Lograron su cometido y apareció como el "Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha" escrita por un tal Alonso Fernández de Avellaneda e impresa en Tarragona en 1614. El "tal" autor era un pseudónimo de uno o varios autores, que apuntan, según los "expertos", al entorno de Lope de Vega, enemigo acérrimo de Cervantes. 



El Quijote de Avellaneda, como pasó a ser conocido, es una transducción contrarreformista del Quijote de Cervantes. Esto es, una transformación del sentido de los valores plasmados por Cervantes en su novela. Una interpretación religiosa y literaria del Quijote cervantino para convertir la razón antropológica del original por una razón teológica, reintrepretándola, produciendo una antítesis a la tesis quijotesca. El Quijote "fake" se muestra católico y contrarreformista sustituyendo cualquier racionalismo antropomórfico por racionalismo teológico. El nuevo héroe contrarreformista y el autor (o autores) interpretan todo lo que debe ser desde la doctrina a imponer, en contra del popular personaje creado en 1605, que interpretaba todo lo que sucedía en su mundo. En el primer capítulo del apócrifo de Avellaneda, al transformado Quijote, le dan a leer unos libros destinados a los reos acusados por la Inquisición (a los que sabían, claro), como el "Flos Sanctorum", la "Guía de Pecadores" de Fray Luis de Granada o los Evangelios. Hace desaparecer el amor platónico encarnado en Dulcinea y lo convierte en una prostituta llamada Bárbara. Se podría deducir un intento de mandar a Loyola, de nuevo, al tribunal de la Inquisición de manera simbólica.

De hecho, al final de este apócrifo, el Quijote queda relegado a un manicomio; una clara alusión al fundador jesuita y a su mensaje en su autobiografía, donde es comparado con un lunático y a aquellos que siguen su discurso, como el personaje de Sancho, serán objetos de burla y mofa, donde es relegado, en esa novela-embestida, a bufón en el palacio de un noble. La mujer perdida agasajada por el "Quijote avellanedo", aquí convertido en hombre de misa diaria y rosario en mano (cual devoto de Escrivá de Balaguer), acabará sus días encerrada en un convento. También es un mensaje para el autor y a sus posibles "clientes", elucubrando un posible encargo de la concepción del Quijote original. El contraataque de Cervantes no se hizo esperar. Aceleró y rectificó algunos pasajes de su segunda parte y arremetió con ·lo más grande" contra tal afrenta jesuita.



Primero ninguneó al autor o autores, de los que dijo conocer su identidad, y utilizando al personaje de Álvaro de Tarfe, aparecido en la novela apócrifa, lo hace declarar ante notario que no conocía a Don Quijote y Sancho, y que no era aquel que circulaba en la versión del tal Avellaneda. Miguel de Cervantes utiliza la metaficción para dar valor jurídico y obtener una versión jurada del personaje desmintiendo las tesis contarreformistas allí promulgadas de un certero y cortante golpe de pluma. Uno de los mayores zascas de la literatura universal que tuvo que hacer sentar de golpe sobre sus jesuíticas posaderas a toda la cúpula de la Compañía fundada por aquel al que ocultaban parte de su vida. Pero su exposición encriptada fue a más en esta segunda parte del Quijote. 

Hizo realizar al personaje tres salidas desde su hogar, como Loyola, o el trato de productos como el bálsamo de Fierabrás o el objeto del yelmo de Mambrino, de propiedades maravillosas que refuerzan la invulnerabilidad fisica del Quijote en su camino de caballero; así como el camino ascético de Loyola hacia el logro de su perfección, o invulnerabilidad espiritual, que ya pasó las penitencias y fases purgativas, como Don Quijote y sus continuos tropiezos en su camino, parodiados como aventuras, ya los dos en fase iluminativa: el santo, llegando a esos poderes espirituales que lo conectan con Dios, y el caballero de la triste figura empoderado con el bálsamo y habiendo obtenido el yelmo, se encuentra sin temor, protegido y guiado por Dios.



La muerte de Don Quijote y la de Loyola también encuentran su equivalencia expuesta por Cervantes. Quien muere en Roma es Íñigo, el creador del personaje de Ignacio; así como el que muere en la aldea manchega es Alonso Quijano, el personaje de carne y hueso creador del Quijote. El escritor intenta reflejar que todos los personajes presentes durante la muerte del protagonista recuerden que Don Quijote sigue vivo, como leyenda y mito que se erige sobre el hombre muerto de manera pacífica; al punto que Íñigo muere, y a través de su máscara mortuoria, se da vida al personaje del futuro San Ignacio, con sus ocultaciones, sus misterios y sus engaños. La fecha de esa muerte se hace coincidir en ambos personajes gracias a un juego numérico que viene producido por un error cronológico en la llegada de Don Quijote y Sancho a Barcelona. Aparece antes de este hecho una carta al escudero fechada el 16 de Agosto, en su "ínsula", diez jornadas antes de esa llegada producida la víspera de San Juan, el 23 de junio. Este aparente error de Cervantes lo convierte en un ingenioso recurso para construir un sofisticado mecanismo temporal que lleve a contar las jornadas restantes narradas de la vida de Alonso Quijano, hasta su fallecimiento hacia el día del 31 de Julio, fecha donde se produjo en 1556, la muerte de Loyola. El trasvase de datos fue completado. Todas las comparativas de las biografías con la novela las pueden comprobar con detalle de rigor científico en la página web del profesor Federico Ortés, Don Quijote liberado.

¿Y qué hacemos con la no menos apasionante vida del autor de esta parodia encriptada, que a su vez es un rescate velado de la figura parodiada? ¿Quién era en realidad ese hombre de Alcalá de Henares que sin tener acceso a estudios universitarios se convierte en figura clave de la literatura universal? Pues un soldado. Un buen soldado que cumple órdenes. Qué es herido en la gloriosa batalla de Lepanto al servicio de su rey, como aquel Íñigo. Que queda mutilado en parte, como aquel soldado guipuzcuano. Que es apresado varias veces por realizar su labor, como aquel iniciado, aún Íñigo. Que no posee nigún retrato en vida, siendo sus imágenes pintadas fruto de la descripción escrita por él mismo y realizadas a posteriori de su muerte; caso parecido al fundador de la Compañía, al que "atraparon" su imagen justo al fallecer, mediante una máscara mortuoria, que sirvió para poner rostro a una vida bastante creada, por él, en parte, y rematada y reconvertida por sus manipuladores sucesores.



Se hace extraño pensar que pese a haber podido tener acceso a ese "Relato del Peregrino",  Cervantes se embarcara en la ardua tarea de "destapar" los planes de gente con tanto poder como el que atesoraba ya la Compañía de Jesús, sin tener un buen "bálsamo de Fierabrás" o un "yelmo de Mambrino" que lo protegiera de las represalias. Se conoce al menos una misión como espía, documentada, en Orán, en 1581, por encargo del rey Felipe II, por espacio de un mes, de la que percibió 110 ducados y ayudó a derrotar al almirante turco Uluch Alí. Se especula con la posibilidad de que el joven Miguel fuera enviado a Italia a principios de 1569 para entrar al servicio de una poderosa familia, como camarero del joven cardenal Giulio Acquaviva, sobrino del futuro General de la Compañía de Jesús durante 34 años, de 1581 hasta el año de la publicación de la segunda parte del Quijote, Claudio Acquaviva, el considerado segundo fundador de los jesuitas. En ese breve periodo hasta su enrolamiento en los tercios un año después, es cuando se cree que estuvo al servicio de "Su Majestad", en esa extensa red de espías que tenía por todo el Mediterráneo. Tal vez sea esta cobertura que tuvo por algún grupo de poder, la que le hizo afilar tan agudamente la pluma y el tintero contra los todopoderosos jesuitas del general Acquaviva.



Pero más allá de todas estas claves encriptadas y de vidas paralelas, nos hemos encontrado con otro patrón repetitivo de constructo, llamémoslo "libro final alterador de la historia". Vimos como tras acabar de dictar su vida, y con esos capítulos redactados, unos por un lado en castellano, otros por otro en italiano, Ignacio de Loyola fallece muy poco después de ese periodo de elaboración final inconclusa de su "Relato del Peregrino". en 1556. Gonçalves, el padre jesuita confidente de esa biografia, incorpora unas adiciones marginales a esta en 1562.¿Cuántas? 13, como no. Doce en los capítulos castellanos y una en los italianos. Suerte similar ocurrió tras acabar su parte del Quijote, Cervantes, en Barcelona, el 31 de Octubre de 1615, y muriendo el famoso 23 de Abril de 1616, pocos meses después. Y como no hay dos patrones sin tres, contaremos como original aquella misteriosa finalización de la "Divina Comedia", de Dante, que analizamos con anterioridad, y la aparición de los 13 cantos finales unos meses después de su defunción para completar su genial obra. Acabar una obra clave y justo morir. Triste y elucubrador destino el de aquellos que pasaron a la historia con unas vidas creadas




No hay comentarios:

Publicar un comentario