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sábado, 10 de junio de 2023

LA LEYENDA DE LAS ESTRELLAS ERRANTES Y LOS REYES DEL TIEMPO.

La Leyenda de las Estrellas Errantes y los Reyes del Tiempo.(Parte I)



"Yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos , dinastías, 
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente."
                                                    Poema de los dones. Jorge Luis Borges. (1959).


Todas las mitologías y leyendas de las civilizaciones con sus religiones pertinentes, reflejan o esconden en ellas, los objetos de los cielos que deslumbraron a los humanos durante el día, la noche; con sus llamativos fenómenos atmosféricos, y que llegan a su punto culminante de expectación y magia durante el ocaso y el amanecer, cuando nacen los días y mueren las noches, apenas mueren las tardes y nacen las mañanas, una y otra vez, como si un velo descubriera un mundo que da paso a otro. Esa es la idea que queremos evidenciar: la conexión entre el mundo material y el inframundo, el conocido mundo de los vivos con el desconocido más allá de después de la muerte y que recrean en esas historias, del que estamos convencidos que es fundamental para la conducción de voluntades.



LA LEYENDA DE LAS ESTRELLAS ERRANTES. 

Como primer ejemplo analizaremos a esos luceros de movimientos erráticos con respecto a sus compañeros de escena en el teatro del firmamento nocturno; y que danzan en la misma banda celeste que los dos astros mayores, el Sol y la Luna, cuyos discos se nos muestran de tamaños casi gemelos en sus juegos de sombras y luces, que abren paso a esos mundos y que descubren el camino a una especie de hierogamia astronómica en los días de plenilunio y novilunio. Esa enorme conjunción astrológica cuando protagonizan sus eclipses y que tan bien controlan los hacedores de historias mitológicas. 

La Luna y el Sol, Selene y Helios, como eran conocidos por los griegos, fueron asimilados como hermanos mellizos y dioses del segundo linaje, el de los Olímpicos. Apolo y Artemisa no dieron su nombre a los "planetas mayores", aunque los dioses Helios y Selene menguaron su culto con el tiempo para ser sincretizados con los de los primeros.




Son en esos pasos del día a la noche y viceversa, cuando se nos muestra ese pequeño primer planeta llamado en la actualidad como Mercurio. El relacionado con el antiguo "Nabu", dios de los escribas babilonios, hijo del dios Marduk, aunque fue tomado de inicio como su ministro y escriba de este al verse siempre en la salida o la puesta del Sol, muy cercano al astro rey, como su hijo y mensajero. Los egipcios lo relacionaron con, según inscripciones procedentes del reinado de Ramsés VI (siglo XII antes de Cristo), "Seth en el crepúsculo vespertino, un dios en el crepúsculo matutino". Los griegos pre-homéricos lo identificaron como Hermes, tras el atardecer. el dios mensajero, de los comercios, de la astucia, de los mentirosos; y sobre todo, de las fronteras y los viajeros que las atraviesan, que es uno de los conceptos que nos va a ocupar durante esta investigación, el psicopompo. o guía que acompaña a las almas a la frontera del Reino del Hades. Al contrario, en los momentos previos al amanecer fue identificado con Apolo, también hijo de Zeus, dios de la belleza, la armonía y la perfección.

Un caso similar ocurrió con Venus, que también contó con dos nombres al disponer de la misma peculiaridad que Mercurio, de poder ser observado antes y después de las salidas y puestas de Sol, aunque suele disponer de algo más de tiempo para mostrar su luz. A partir del Imperio Nuevo egipcio fue representado como el pájaro benu y en época tardía como un dios bicéfalo o bifronte, posiblemente por sus dos aspectos, matutino y vespertino, pero al igual que el primer planeta son identificados con dos formas del mismo astro. Los griegos de la época homérica lo denominaron Fósforo cuando aparecía antes del amanecer y Héspero en las primeras horas de la noche, los hijos de Ea, la diosa de la aurora. Los romanos también le concedieron dos nombres a este planeta, aún sabiendo que era el mismo, Luciferus al correspondiente de la mañana y Vesperus al acabar el día. 




Marte por su tono rojizo natural fue llamado por los egipcios allá por el siglo XVI antes de Cristo como "Horus, el del horizonte", y en época ptolemaica como "Horus, el Rojo". En el lejano oriente era conocido como "la estrella de fuego". Los sumerios le consagraron a Nergal, dios de la destrucción y las plagas. Los griegos asimilaron ese tono bermellón con Ares, el dios de la guerra.

La majestuosidad de la visión luminosa del planeta Júpiter fue la que le llevó a su identificación con el Marduk de los babilonios, el "Horus, que une las Dos Tierras" de los antiguos egipcios o el Zeus de los griegos. 

El planeta Saturno es para los egipcios "Horus, toro del cielo", según quedó recogido en los "Textos de las Pirámides", con una antigüedad de más de cuatro milenios. El dios griego Cronos encarnó a la última de las estrellas errantes mostrándose la más alta y lenta de todas ellas. El pausado astro padre, destronado por Zeus, ponía límites entre estos astros y el cielo de las estrellas fijas. A destacar el "culto a Saturno" en diversas religiones que relacionaremos más tarde.

¿Fueron las 7 estrellas errantes en sus interacciones con las agrupaciones de estrellas fijas (constelaciones) un escenario perfecto para la construcción de gran parte de las leyendas mitológicas o, por el contrario, fue una proyección armónica creada en los cielos a modo de encantamiento órfico para perpetuar el orden establecido por los dioses? 



Cierto es que los números reales al aplicar las matemáticas sobre la relación de estos planetas errantes con respecto a la visión desde nuestro mundo es harto curiosa. Comenzando por los 88 días terrestres de la órbita alrededor del astro rey del planeta escogido por el mensajero de los dioses, Mercurio. A partir de un número maestro, equivale casi a lo que conocemos a una estación del año; siendo la suma de 4 órbitas de este planeta un año de la Tierra menos 13 días, el número relacionado con la muerte, esa cita a la que acude raudo Hermes para guiar a las almas al Inframundo. Su rotación (el giro sobre sí mismo) resultan 58,7 días terrestres, o lo que es lo mismo, justo y preciso 2/3 partes del total de su órbita al Sol, el 66.6%... ¿guiño hermético?

La órbita del "Lucipherus" de las mañanas de los romanos posee una proporción casi áurea con respecto a la de nuestro planeta. Nuestro viaje alrededor del Sol de 365,256 días, nuestro vecino lo resuelve en 224,701 días, con una proporción de 1,625 respecto al de la Tierra, muy cercana al número fi, de 1,618... Pero no queda ahí el hermanamiento con nuestro casi mundo gemelo, ya que la proporción de su diámetro con respecto al nuestro (12103 km/ 12742 km) es de 0,95 siendo 1 el de nuestro mundo.

Con el planeta del dios de la guerra, Marte, nos une una sincronicidad espacio-temporal. El diámetro de nuestra Tierra con respecto al planeta marciano (12742 km/ 6744 km) es de 1,89; la misma curiosa, casi centesimal proporción, con la duración de la órbita de Marte y la órbita terrestre (686,971 días/ 365,256 días) en sus viajes en torno al Sol, 1,88. El día marciano, una rotación completa, equivalen a 24,6 horas de las nuestras, siendo su día apenas unos 40 minutos más largo que el nuestro.

Con Júpiter, observamos que una vuelta completa al Sol equivale a casi 12 años terrestres, tales como la división realizada en constelaciones hecha en el firmamento ya desde muy antiguo. Estos casi 12 años recuerdan mucho a los 12 trabajos encargados al héroe de los héroes de la mitología griega, Heracles o Hércules.

Los casi 30 años que tarda en completar su viaje el último de los planetas antiguos son muy similares a la edad a la que los grandes iniciados de la mitología y personajes históricos finalizaban su iniciación. ¿Recuerdan a Cristo, Zoroastro o Napoleón, entre otros muchos?



Sin olvidarnos de las correspondencias entre nuestra Luna y el astro rey que nos sugieren, también, muchas causalidades matemáticas; no perfectas, pero casi. Es sabido que ambos distan muchísimo en cuanto a tamaño y distancia; aunque en los cielos los veamos con discos prácticamente iguales. Esto se debe a que nuestro satélite es 400 veces más pequeño que el Sol y a que la distancia media con la Tierra multiplica por 400 la distancia media que nuestro planeta mantiene alrededor de la estrella. Sorprenden las cifras:

3474,8 km de diámetro de la Luna x 400 = 1.389.920 km; siendo 1.391.016 km el diámetro del Sol. Apenas 1000 km de  diferencia.

384.403 km de distancia media de la Luna y la Tierra x 400 = 153.761.000; frente a los 149.598.000 km de distancia media de la Tierra con el Sol. Tan sólo unos 4.000 km dentro de una diferencia de 150 millones.

Podríamos relacionar esa cifra de 400 con la equivalencia cabalista de la letra ת "taf", pero sería rizar el rizo. Nos quedaremos mejor con su equivalencia de 10 veces 40, número asociado a los cambios de ciclo temporales que veremos en la siguiente parte. Tampoco desmerecen las casi 333 mil veces de masa relativa de la Tierra que posee el inmenso Sol.



Fue durante el Renacimiento, con el resurgir de la mitología grecorromana en la cultura impulsada por las élites europeas, cuando con la elaboración de nuevos artilugios que acercaron la visión de esas luces escenificadas en los cielos, se implementó la construcción de la nomenclatura legendaria de nuestro firmamento. El descubrimiento de nuevos cuerpos celestes y su denominación han sido manejados por unos hilos, movidos desde las sombras,  que van intentando perpetuar en la memoria esa teatralización de las creaciones mitológicasquedando plasmadas sobre esos hallazgos.

Saturno se consideraba el final del sistema planetario, como lo había sido el más alto de los cielos de las estrellas errantes antes del gran y profundo cielo de las estrellas fijas, en ese tránsito del geocentrismo hasta el heliocentrismo. Pero antes de consolidarse el nuevo sistema de orden, aparecieron allá por el 1610, nuevos acompañantes a estos astros-dioses. De la mano del mecenas Cosme II, Gran Duque de la Toscana y heredero de los Médici florentinos, el físico pisano, Galileo Galilei, se atribuyó el descubrimiento de cuatro nuevos planetas que parecían girar alrededor del gran Júpiter. El telescopio, que tampoco fue inventado por el italiano, entró en juego y sirvió para confirmar el nuevo paradigma astronómico. Las sombras de las fases de Mercurio y Venus, no vistas hasta ese momento, ayudaron a desvelar un poco más las nuevas posiciones frente al antiguo cosmos. (Siempre Hermes/ Mercurio y su astucia bajo las sombras en las transiciones de los mundos.)

La Luna dejó de ser de alabastro, pulida y lisa, para estar llena de cráteres, agujeros y cadenas montañosas. Galilei escribió acerca de sus "atribuidas" observaciones de las manchas solares: "Mientras que los hombres estuvieron de hecho obligados a considerar el Sol como “lo más puro y más lúcido”, no percibieron en él ningún tipo de sombras o impurezas, pero ahora se nos muestra parcialmente impuro y manchado, ¿por qué no calificarlo de “manchado y no puro”? Porque las palabras y los atributos se tienen que acomodar a la esencia de las cosas." 




¡Ah, la esencia de las cosas! El cambio de pensamiento sobre la pureza de los divinos astros hacia unos cielos más racionales, pero siempre, siempre, de la mano de los relatores oficiales. Pero no sólo a golpe de telescopio y ciencia se derribó el antiguo relato cósmico, había que empujar la idea de la mitología en el nuevo escenario. Ya contaba el propio Galileo lo que explica la Biblia acerca de la visión de los cielos: "Come si vidia in celo, e non come vidia il celo" (como se va al cielo, pero no como va el cielo). El mismo autor que tituló el primer tratado de astronomía basado en observaciones con telescopio, "Sidereus Nuncius", el mensajero de las estrellasEl mensajero, actuando como el dios Hermes, de nuevo, en connivencia con el todopoderoso Zeus para cubrir sus fechorías y engaños. Ya en esa obra, Galileo, nos describe a esas 4 "Iovis stellam" que observó alrededor de Júpiter y como indica en la portada de la misma, "las decidió llamar estrellas de los Médici", como la familia de su mecenas. Había que seguir vinculando, de alguna manera, el nuevo macrocosmos con las creencias que ayudaron a esas élites a recrear una y otra vez esos rituales que los habían mantenido a hasta la fecha en sus posiciones de privilegio

Pese al pelota excelso hacia su patrocinador, Galileo, no consiguió colocar los nombres de esa familia a "sus lunas galineanas", que tampoco descubrió él, y las llamó I, II, III y IV, y así quedarían nombrados los "Planetas Medicianos" hasta mitad del siglo XIX, que le fueron otorgados los nombres que les asignó su verdadero descubridor, el astrónomo alemán Simon Marius, sugeridos por su compatriota Johannes Kepler y matemático imperial a servicio de Rodolfo II en 1613, como el mismo cuenta y explica:





"Júpiter es mucho más culpado por los poetas debido a sus irregulares amores. Tres doncellas son mencionadas especialmente por Júpiter de forma exitosa. Io, hija de Río, Inachus, Calisto de Lycaon, Europa de Agenor. Luego fue Ganímedes, el guapo hijo del Rey Tros, a quien Júpiter, habiendo tomado la forma de un águila, transportó en su lomo hasta los cielos, tal como los poetas narran de una forma fabulosa. (...) Yo pienso, por lo tanto, que no hago mal si a la Primera le doy el nombre de Io, a la Segunda Europa, a la Tercera, de acuerdo con su majestuosidad y luz, Ganímedes, y a la Cuarta Calisto."

Muy bien, Marius. Pues nosotros pensamos que esos nombres que publicaste en tu "Mundus Iovalis" (el Mundo Joviano) no fueron sugeridos por el astrónomo al servicio del emperador del Sacro-Imperio Germánico de una manera fortuita, más bien pertenece a ese constructo que se estaba creando entorno a las nomenclaturas de objetos astrales que estaban por venir. Había que recrear el mundo mitológico clásico en la nueva cosmología de la era moderna. Se cerraba la visión del mundo aristotélico que había regido los cielos durante dos milenios para, de la mano del "mensajero sideral" (cuál Hermes ayudando a Zeus), seguir plasmando en ese macrocosmos los conceptos del orden divino expuestos por los creadores del "gran engaño". Ese mensajero, Galileo, lo expone en una de sus obras tras atribuirse el hallazgo de las manchas solares: 

"Sospecho que este nuevo descubrimiento será la señal del funeral, o de al menos, del juicio final, de la pseudofilosofía. El canto lúgubre por ella ya se ha oído en la Luna, las estrellas mediceas, Saturno y Venus. Ahora, espero ver como los seguidores de Aristóteles explican sus esfuerzos para sostener la inmutabilidad de los cielos."



Cuentan las malas lenguas de la época que, Galileo, tuvo la buena fortuna de no morderse la suya propia, pues de haber sido así, tal era su acumulación de veneno y rencor, que fulminado hubiera yacido sin aliento en los suelos de alguna corte de los que era gustoso de lamer. Lo cierto es que la figura galileana se promocionó gracias a personajes en las sombras como el teólogo veneciano Paolo Sarpi, de la Orden de los Servitas y miembro del Consejo de los 10 de la República de Venecia, que proporcionaron los elementos necesarios para  fabricar el constructo del "padre de la Ciencia", el Hermes que guio a la humanidad del aparente mundo oscurantista medieval, relacionado con la autoridad eclesiástica, al mundo de luz y progreso que se descubría por la nueva religión científica. Un teatro de redención y exaltado del personaje. De la condena en el solsticio de verano de 1633 hasta la aceptación del legado de Galileo dentro de la doctrina católica en 2009, aceptada a regañadientes del papa Benedicto XVI. El dedo momificado del astrónomo hallado en un relicario ese mismo año, adquiría un tono burlesco final en la función.


URANIO, NEPTUNIO Y PLUTONIO.

El nuevo cosmos seguía creciendo de las manos, siempre sujetas por invisibles cuerdas, de los nuevos creadores de los cielos. Así, tras las muertes de Galileo, Kepler y Marius, surcaron el techo celeste en busca de objetos más allá de Saturno con instrumentos cada vez más sofisticados, al que también le salieron estrellas erráticas girando a su alrededor, a parte de la identificación de anillos gigantes, que fueron descritos en su día como orejas por Galileo. Pero ese nuevo cosmos descubrió otro planeta el 13 de Marzo de 1781, aunque ya tuvo apariciones que podríamos calificar de fantasmales. Fue observado y catalogado a finales del siglo XVII como una estrella de Tauro, y en las primeras décadas de la siguiente centuria fue dibujado en diversas posiciones, hasta que el astrónomo alemán afincado en Inglaterra, William Hershel, que primero lo confundió con un cometa al que "no le veía la cola", lo señaló como posible nuevo planeta. 


El nombre que escogió Hershel se lo quiso dedicar al rey de Gran Bretaña, Jorge III, y bautizarlo como "Georgius Sidus" (la Estrella de Jorge). Este astrónomo parecía adolecer de pelotitis maxima, una frecuente psicopatía que trata de agasajar en exceso a las figuras gobernantes con la esperanza de percibir suculentas dádivas. Bromas aparte, ese nombre no pasó de ahí y las distintas asociaciones astronómicas 
(se supone) barajaron diversos nombres como Neptuno, Neptuno de la Gran Bretaña, por la Royal Navy, o Neptuno de Jorge III. Pues no, el dios de los mares tuvo que esperar su turno. El autor de la Ley Titus-Bode, de sucesión de distancias entre planetas y el Sol , Johann Elert Bode, argumentó el nuevo nombre. "Si Saturno era el padre de Júpiter, por orden de distancia el nuevo planeta debería ser el padre de (Cronos/) Saturno, el dios Urano (/Caelus)". Dicha ley fue dada a conocer en 1772 por este astrónomo, recogida de  los estudios realizados por Johan Titus, seis años antes, donde se formulaba una extraña relación de los planetas existentes hasta esa fecha, con respecto a sus distancias al Sol que atendía a la regla matemática (n+4)/10, citada en unidades astronómicas (se toma como referencia de unidad la distancia del Sol a la Tierra), donde n corresponde a la sucesión: 0, 3, 6, 12, 24, 48, 96... Esta sucesión se hizo famosa pocos años después, tras el descubrimiento del nuevo planeta, que encajaba bastante con la serie. Todo ordenadito, pero se da el curioso caso de que aquí se tomó la nomenclatura griega, Urano, no como el resto de planetas. 


Anterior a ese orden, Kepler quiso concebir una musicalidad de estos cuerpos celestes que no dependía de las distancias entre planetas, que era heredera de la concepción pitagórica de la armonía de las esferas y de la que Aristóteles teorizó. El filósofo griego explicó que los planetas debían producir un sonido que no escuchamos, pues desde que nacemos no tenemos contraste del silencio sin estos sonidos. Esa armonía celestial dependía, según el astrónomo alemán, de la velocidad variable de acuerdo con la posición en la excentricidad de su órbita, elaborada por él. Por tanto, los planetas producirían una nota diferente dependiendo de su posición orbital. A Saturno, por ejemplo, le asignaría la nota musical "Sol" durante su paso por el recorrido más alejado de su órbita (afelio), y la nota "Si" durante su tramo más cercano (perihelio). El coro estaría formado por los bajos Júpiter y Saturno, Marte como tenor, los contraltos Venus y la Tierra, quedando Mercurio, el mensajero de los dioses, como soprano. Veremos como la música adquiere una importancia relevante en el relato visual de la expansión del espacio y el mensaje a transmitir en la memoria colectiva.

Algo estaba cambiando. Urano era el principio de otra "nueva creación" del universo para el imaginario colectivo. Cronos, etimológicamente era "el Cortador". Esas figuras que formaban sus extensos anillos parecían simular un arma afilada que está en movimiento y debido a su estrechez de grosor (no alcanza el kilómetro) hace recordar a una hoja de cuchillo o espada, como el episodio de la castración de Urano, su padre, de cuya sangre derramada brotaron unos gigantes como Encédalo, descubierto por el mismo Herschel, y nombrados por su hijo John, astrónomo y uno de los principales catalogadores del nuevo cielo durante el siglo XIX, que distribuyó los nombres de gigantes y titanes griegos a todas esas lunas que giraban en torno a los planetas


Según las observaciones de múltiples astrónomos las irregularidades matemáticas encontradas en las órbitas de los planetas anteriores predecían la "presencia" de un nuevo gran objeto. La búsqueda del nuevo planeta se culminó el día del equinoccio de otoño del 1846 en el observatorio de Berlín, a menos de un grado de donde la había calculado el matemático francés Le Verrier. Si el anterior planeta fue el dios de los cielos y el aire, este recibiría el nombre del dios de los mares, Neptuno (vuelta a la nomenclatura romana).

Todo se iba colocando en un orden que sincretizaba las historias mitológicas clásicas con la nueva ciencia. De este modo, las pequeñas lunas que fueron descubiertas en torno a Marte fueron nombrados como los hijos de Ares, Fobos y Deimos. Las decenas de satélites hallados  entorno a Júpiter se continúan llamando como los amantes favoritos de Zeus y sus descendientes. Las lunas de Saturno acumularon nombres de gigantes y titanes hasta principios del actual siglo; donde la Unión Astronómica Internacional (IAU) "permitió" que la gran cantidad de lunas exteriores descubiertas se dividieran en tres grupos de gigantes nórdicos, celtas e inuit. Los satélites de Uranos tomaron los nombres de espíritus mágicos de la literatura inglesa por parte del hijo de Herschel: Titania y Oberón, del "Sueño de una noche de verano" de Shakespeare, y los silfos Ariel y Umbriel, del poema narrativo "el Rizo Robado" de Alexander Pope. Las lunas neptunianas tomaron nombres de deidades griegas del mar.




Al igual que Neptuno, parecía existir otro planeta que "perturbaba" la órbita de Urano en los confines del sistema solar. La búsqueda del "noveno planeta" o el "planeta X" alcanzó su final un 18 de Febrero de 1930, donde un joven astrónomo, Clyde Tombaugh, del observatorio norteamericano Lowell logró localizarlo. Lo realmente curioso de este nuevo planeta, al que primero se le suponía un tamaño similar al nuestro, fue la historia de la búsqueda de su nombre. Se seleccionaron dioses como Zeus, Minerva, Cronos, hasta que se aceptó el nombre sugerido por una estudiante de Oxford aficionada a la mitología clásica, Venetia Burney. El nombre era Plutón, deidad romana del Inframundo. Hasta ahí todo correcto.

¿Pero quién era esa estudiante? La versión oficialista nos cuenta que era nieta del bibliotecario de la reconocida  Biblioteca Bodleliana de Oxford, Falconer Madan. Fue este el que se lo sugirió al astrónomo Herbert H. Turner, quien envió un cable a sus colegas americanos con la propuesta. Un poco rebuscada la historia, ¿no? Sí, si tenemos en cuenta que la joven estudiante Venetia contaba con 11 años en 1930. Dicho y hecho, el nombre fue adoptado el 1 de Mayo, día de la festividad celta de Beltaine. Parece que a la familia del bibliotecario se le daba bien eso de "sugerir" nombres de cuerpos celestes, El hermano de este, Henry Madan, fue el que "incitó" a nombrar a los satélites marcianos Fobos y Deimos a su descubridor americano en 1877. 




Ya en 1941 se nombró plutonio al nuevo elemento descubierto, siguiendo la costumbre de nombrar elementos nuevos con el nombre de los planetas hallados, así como el uranio y el neptunio. Es curioso como los nombres de los planetas transaturnianos sean de elementos relacionados con energías radioactivas y nos venga a la memoria bombas apocalípticas. 

Walt Disney también se inspiró en el novedoso planeta para llamar a la mascota de su personaje Micky Mouse, Pluto, en homenaje al noveno planeta (el número favorito por satanistas y luciferinos). Se hace extraño que un dibujo animado simpático destinado a niños recibiera el nombre del señor del Averno; pero así era el masón Disney, adoptar ese nombre o colaborar para blanquear en un programa de televisión al aristócrata nazi Von Braun y vender la conquista mitológica-espacial. Esa que dio nombre a la operación de la NASA "Mercury", que envió a los primeros norteamericanos fuera de la atracción del planeta en los principios de los años 60 del siglo pasado. De nuevo el mensajero de los dioses acompañando a los hombres al más allá. O la misma que bautizó con el nombre del dios Apolo, identificado con el Sol y la luz brillante, para su viaje a la Luna; divinidad con las cualidades necesarias para elaborar el constructo de la conquista de nuestro satélite, con sus debidas ofrendas y sus sacrificios. 



Recordemos el fatal accidente de la misión Apolo 1, donde murieron calcinados 3 astronautas en la plataforma de despegue; o el accidentado viaje del Apolo 13 (número de la muerte), donde otros 3 tripulantes estuvieron a punto de quedarse para siempre en el espacio debido a un incidente con el tanque de oxígeno producido a las 55 horas 54 minutos y 53 segundos de la misión, la tarde-noche del 13 al 14 de Abril (muerte-resurrección), a 330.000 kilómetros de la Tierra. Dicha misión comenzó  el día 11 a las 14 horas y 13 minutos, hora local. Cosas de las hierogamias sacrificiales entre el dios Apolo/ Sol y la Luna.



Y unos años después de la más que dudosa "conquista de la Luna", a todo trapo, certificada por las televisiones de todo el planeta ("y si sale por la tele..."), se proyectó lo que se llamaría como "el Gran Tour Planetario". Esto era un "hueco intergravitacional" excepcional que se da entre los planetas exteriores, de Júpiter a Plutón, cada 175 años y que permite a un objeto o nave ser impulsado por la fuerza de atracción durante el paso por estos de uno a otro, para llegar al último de ellos y salir de los confines del sistema solar y más allá. Traspasar las fronteras del espacio interestelar. El proyecto se llamó Voyager, "el viajero", con su dios Hermes/ Mercurio alusivo a los que cruzan las fronteras. De nuevo tenemos al arquetipo del psicopombo que acompaña al hombre en su viaje al más allá. ¿Pero tendrá alguna relación el despegue de estos artefactos con el Mercurio astronómico? 



Los lanzamientos sucedieron al final del verano de 1977. El de la sonda Voyager 1 coincidió con Mercurio en su punto más cercano con nuestro planeta, el 5 de Septiembre, lo que desde aquí veríamos como una fase de "Mercurio nuevo", como si viniera a recoger simbólicamente al "alma" del proyecto espacial y acompañarlo hacia la frontera de otro mundo. Su gemela, la Voyager 2, fue lanzada dos semanas antes, con el planeta menguando y acercándose a la Tierra. Un viaje no tripulado por humanos, pero realizado con toda la tecnología del momento (y una memoria 240.000 veces menos que la de un smartphone). Las navecillas portaban consigo un disco de cobre bañado en oro para llevar un mensaje de la humanidad, concebido por un comité científico encabezado por el mítico astrónomo Carl Sagan, un moderno mensajero de las estrellas, Ua otros viajeros intergalácticos que se toparan con ella. Contenía sonidos de la Tierra, 115 imágenes, saludos en 59 idiomas más un bonus track en el lenguaje de las ballenas jorobadas y unos grandes éxitos de la historia de la música que iban, desde el "Johnny B. Good" de Chuck Berry hasta la conocida aria de la Reina de la Noche de la ópera "La Flauta Mágica" de Mozart.  La cara B la componían unos mensajes encriptados con "lenguaje de la ciencia" que sería de difícil resolución para esos mismos científicos que los crearon. Estos esfuerzos para contactar con otras civilizaciones fuera del sistema planetario conocido eran fruto de los momentos culturales manejados de la época.

 



Las Voyager despegaron tres meses después del estreno mundial del fenómeno-película "Star Wars" y medio año antes de la cinta de Spielberg "Encuentros en la Tercera Fase", donde se establecía contacto con seres extraterrestres que nos habían visitado en varias ocasiones y lugares, utilizando la música para ponerse en contacto con nosotros mediante 5 notas musicales. Una posible alegoría del manejo de la humanidad por "entidades" escondidas en esta trama bajo el disfraz de alienígenas parecidos a "maestros ascendidos" que buscan almas o "escogidos" para llevárselas a otro mundo o plano. El "Imperio de la Ficción" contraatacaba para llevar en volandas a los proyectos de la NASA gracias a las intersecciones espaciales en el mundo libre escenificado por Hollywood, con los oscuros rusos de la perversa agencia espacial soviética Roscosmos polarizando el teatro de la conquista del espacio.



Las sondas viajeras iban dejando las imágenes necesarias para certificar visualmente en la memoria colectiva todo ese nuevo constructo mitológico-planetario proveniente desde los tiempos del mensajero sideral, Galileo. El paso de la Voyager 1 a primeros de 1979, permitió observar y fijar en el recuerdo de todos la poderosa imagen de la curiosa Gran Mancha Roja del planeta gigante; ya previsiblemente visualizada por el archienemigo de Newton, Robert Hooke, y también por el astrónomo italiano, Giovanni Cassini, a mediados del siglo XVII; pero es conocida y controlada desde 1830, existiendo un extraño vacío de lo que se determinó que era una enorme tormenta ovalada de un tamaño superior al de la Tierra. La estrella errante, identificada por diferentes civilizaciones a lo largo de la historia como Marduk, Zeus, el "Horus entre Dos Tierras" o Júpiter, aparentaba poseer un "ojo que todo lo ve", más en concreto con una forma más parecida al esotérico "Ojo de Horus" egipcio. 

Muchos de esos dioses que son vinculados con el poder de la tormenta y los rayos, se daban el capricho de albergar la mayor tempestad conocida justo en el planeta que se habían otorgado. Recordamos que según las antiguas cosmogonías eran los propios dioses los que atribuían el nombre a sus cuerpos celestes. La observación con detalle de las imágenes proporcionadas de las sondas de sus satélites, hicieron descubrir actividad volcánica en una de sus lunas, Io, con un total de 9 erupciones activas, o la especulación de un océano de agua bajo la gélida y lisa superficie de Europa, que apuntaban las grietas fotografiadas. El sistema solar comenzaba a verse por primera vez a nivel científico, como depositario de vida, tras las visitas a las yermas superficies de nuestra Luna y el resto de planetas rocosos de nuestro entorno. Aire, agua y fuego animaron el relato.




A finales de 1980 le tocó el turno al planeta de los anillos. Se observó una armoniosa sinfonía entre sus numerosos satélites y el innumerable material formado por partículas y rocas heladas de tamaño variado. Su estructura dio pie a la explicación de un posible origen del sistema solar. Un microcosmos planetario dentro del macrocosmos surgido alrededor del Sol. Carl Sagan lo explicó así: "¿Quieren entender de dónde viene el sistema solar? Observen los anillos de Saturno. Hay un anillo plano de materia alrededor de la gran masa central. Eso es lo que pensamos que ocurrió cuando surgió el sistema solar, que los planetas se formaron a partir de ese anillo plano. Allí hay todo un sistema solar en miniatura.

Curioso que la explicación de como se formaron los planetas/ dioses vino justo de la mano del representante de Cronos/ Saturno. El "Cortador", padre de Júpiter, Neptuno y Plutón, que devoró y regurgitó a sus hijos al ser envenenado por su hijo Zeus/ Júpiter, y que reorganizó el mundo de los dioses. La musicalidad de los anillos se plasmaría de manera visual con su semejanza, a nuestro juicio, de los discos de vinilo que eran utilizados para la reproducción musical más común en la época de las visitas de las Voyager. El descubrimiento más curioso e inesperado fue el enorme hexágono que dibujaba su polo norte, presumiblemente producido por vientos atmosféricos, algo mayor que el diámetro de la Tierra. El culto a Saturno que fue venerado en muchas civilizaciones se expresa con un hexágono. Saturno es adorado dentro del esoterismo. Simboliza al Sol negro, en el ocultismo a este fenómeno se le conoce como el nacimiento de la Edad dorada. Un hipotético primer Sol que dio lugar a Saturno, que fue derrotado por el Sol actual. Detrás de muchas veneraciones a esta figura de Cronos existe la  devoción al satanismo y a sus prácticas rituales y oscuras. Curioso el hexágono polar, sí...




El viaje prosiguió de los límites del antiguo mundo celestial conocido, al desvelado tras los nuevos descubrimientos científicos que nos trajeron un relato mitológico más ampliado y completo, para acabar de construir el nuevo cosmos en nuestras cabezas. La navecilla 1 salió disparada hacia el final de la heliosfera (límites de la influencia solar) debido a una reconfiguración de su ruta durante su paso por Saturno para obtener información concreta de su luna Titán. Por tanto, sólo la Voyager 2 pudo aprovechar los impulsos planetarios. Llegó a la altura de Urano con el comienzo del solsticio de verano del 1986 y a Neptuno a finales de Agosto del 1989. Se pudo comprobar como los otros dos gigantes gaseosos helados más exteriores eran muy parecidos en cuanto a tamaño, color y composición. Eso sí, el color de azul más pálido correspondiente a Urano, Caelus, proyectaba un color del cielo, como no podía ser de otra manera. La tonalidad respectiva al planeta del dios de los mares se vio de un tono más vivo, como un reflejo más opaco del cielo, justo como lo relacionamos si pensamos en los tonos del cielo y el mar. Todo en orden. La reconfiguración de la ruta, también impidió a la segunda "viajera" llegar a la última y más enigmática de las estrellas errantes. El correspondiente a Hades debería esperar.  



La fábrica hollywoodiense siguió introduciendo ciertos argumentos a la par que avanzaban los proyectos científicos que nos abrían el cosmos. La introducción de visitantes del espacio con benévolas intenciones hacia nosotros y con un mensaje subliminal sobre el origen del hombre enfocado hacia fuera del planeta. Como una religión científica que enlazaba a través de imágenes sugerentes conceptos ya memorizados a través de pinturas clásicas que simbolizan la divinidad, y que la mayoría teníamos en nuestras mentes, con secuencias de esas películas que nos hacían relacionar, de manera positiva, con nuestro inconsciente, una explicación hacia el origen de la humanidad. Ejemplo de ese recuerdo que nos mostraba al icónico E.T. el extraterrestre, en su cartel de promoción otorgando la chispa de la vida al pequeño humano, tal como lo plasmó en los techos de la Capilla Sixtina, el genial Miguel Ángel Buonarroti, con Dios al primer hombre, en "La Creación de Adán". 

La literatura y el cine ya fueron de la mano con colaboraciones estelares de escritores y cineastas como Arthur C, Clarke y Stanley Kubrick, en su "2001. Odisea del Espacio", que acabaron de dar el impulso definitivo a los presupuestos de la conquista espacial en 1968. En 1985, el mismísimo Carl Sagan, escribió una novela sobre el contacto con una cultura extraterrestre inteligente y su efecto sobre el pensamiento humano universal, gracias al impulso dedicado a los grandes recursos recibidos de la ciencia para ello (ojo a este dato), como el proyecto S.E.T.I., que llámenme elucubrador, pero huele a nombre de faraón egipcio que tira para atrás, y que llegó a las pantallas 12 años después de su publicación, poco después del fallecimiento del conocido divulgador científico del cosmos, en 1994. Su imagen se convirtió en un icono del progreso científico como saber cuasi divino. Lo que dijera Sagan iba a misa de "reliciencia".  

Así podríamos poner innumerables ejemplos. Queda plasmado como cultura y hallazgos científicos han ido paseando de la mano por el mismo camino, e interactuando a la vez, para influenciar de manera clara la concepción cosmogónica hacia nuestra memoria colectiva y sobre nuestra manera de discernir. "Diostodopoderoso" pasaba a venir de las estrellas en forma de materia orgánica procedente de algún choque entre cuerpos que rodean a algún planeta vecino y nos trajeron, ¡oh, dioses del universo! la vida en forma de moléculas pegadas en un pedrusco "bendecido" por el azar cósmico. 




Edward Stone, científico jefe del proyecto Voyager, nos explicó esta correlación de sucesos adaptándola a finales del siglo XX: "La ciencia-ficción imagina futuros posibles. La ciencia crea ese futuro." ¿La ciencia? Más bien parece una conjura de dramaturgos y finos tramoyistas escenificando la construcción de un universo a la medida de aquellos que nos han llevado hacia la visión de la esclavitud libre vigilada, aceptada por la mayor parte de la humanidad. Carl Sagan, el pensador de la astro-ciencia-ficción-oficial llevada a la práctica, describió y dio nombre a la imagen captada por la Voyager 2, después de su última visita planetaria y camino ya, del hiperespacio, enfocando las cámaras hacia nosotros: 

"La Tierra es un escenario diminuto en el gran ruedo cósmico. Piensen en los ríos de sangre que tantos generales y emperadores han vertido para conseguir la gloria y ser los amos temporales de una fracción, de un puntito. Piensen en las crueldades sin límite que han cometido los habitantes de un rincón de este pixel sobre los habitantes de otro rincón (...) de este puntito azul pálido". 

Sólo faltaba sonando el "Imagine" de John Lennon de fondo con su "no países", "no religion", "no posesions", "el mundo será uno sólo", "la gran fraternidad de los hombres..." y ¡pin, pan, pum! te cuelo el mensaje de un nuevo orden mundial con el telescopio. 




Pero...¿Y Plutón? La última de las estrellas errantes, escogida para ser la "transfiguración" del dios del Reino del Hades, en los confines de nuestra nueva cosmogonía que era plasmada por la mitología científica, regulada por el "órgano de decisión internacional en el campo de las definiciones de nombres de planetas y otros objetos celestes así como los estándares en astronomía," según la propia Unión Astronómica Internacional. Esa misma organización que le tenía reservada una puñalada por la espalda al pequeño planeta. La visita se hizo esperar hasta comienzos del 2006. Plutón se acercaba al punto más cercano al Sol, en esa extraordinaria excentricidad que es su órbita, y corría prisa (otra vez) para visitarlo. El Hades planetario pasaría por el punto más "cálido" de su trayectoria de dos siglos y medio. Había que observarlo semi-descongelado antes de que las brumas volvieran a enfriarse y tapar su superficie. 

El proyecto se llamó "New Horizons". Los nuevos horizontes antes del inframundo cósmico. La nave más rápida jamás creada debería llegar en 9 años y medio a su destino. Tan sólo 8 meses después, Plutón, dejaba de ser catalogado como planeta y pasaría a ser un planeta enano, como los otros objetos del llamado cinturón de Kuiper (KBO), formado por planetoides rocosos o mundos helados en los confines del Sistema Solar. El tamaño de este fue disminuyendo con el transcurso del tiempo. Del inicial parecido en diámetro a la Tierra, a compararlo con medidas similares a las de Marte (entorno a los 6000 kilómetros) para finalmente tras las visitas de la sonda espacial, quedar relegado a un tamaño inferior al de nuestra Luna, en unos 2370 kilómetros de diámetro. 



La espesa atmósfera de metano hace casi imposible observar con garantías su disco desde la Tierra. Cuando Hades/ Plutón se acerca al Sol su atmósfera se hace más masiva. El aumento de la luz produce mayor energía y convierte el hielo en gas, lo que dará a su atmósfera la apariencia de una gran bruma. Esa niebla helada es lo que nos recuerda al Reino del Hades, a una dispersión de este inframundo hacia los astros sobre conceptos más familiares y cercanos a nosotros. Su sistema doble-planetario con su satélite Caronte, el barquero del Inframundo, le otorga unas características únicas en nuestro sistema solar. El resto de satélites pertenecientes a este pequeño planeta no podían llamarse de otra manera que Cerberus, Nix, Hidra y Estigia, personajes asociados con el Hades y la muerte.

En relación a la impregnación del nombre de los planetas en la memoria colectiva tomemos como referencia a Zeus tras la batalla con los titanes. Se repartió el mundo con sus hermanos. A él le tocaron los cielos y el aire, a Poseidón/ Neptuno le tocaron las aguas, y a Hades/ Plutón el mundo de los muertos. Estos no podían reclamar a la antigua Tierra, Gea, y quedaba bajo el dominio de los tres; ya sea en forma de fenómenos atmosféricos con Zeus, con terremotos por parte de Poseidón y con Hades con derecho a reclamar a los muertos. El cielo/ Urano, los océanos que separan la Tierra y el inframundo.



Como última relación de este macrocosmos influyente sobre nuestras mentes, hemos de explicar que a raíz de las declaraciones de los últimos pontífices de la Iglesia católica sobre la existencia o no del infierno, y la eliminación de Plutón de la lista oficial de planetas. En 1999, Juan Pablo II, dejó caer que "el cielo no es un lugar físico entre las nubes y el infierno tampoco es un lugar. El infierno es la situación que viven las personas que se apartan de Dios". En 2007, su sucesor, Benedicto XVI, contradijo a su predecesor y aseguró que "el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno". Justo un año antes, Plutón era "desterrado" de los planetas oficiales. En 2018, el polémico Francisco, declaró sobre si las almas malas eran castigadas eternamente. "No son castigadas. Las que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van a las filas de las almas que lo contemplan, pero las que no se arrepienten y por lo tanto no pueden ser perdonadas, desaparecen. No existe un infierno, existe la desaparición de las almas pecadoras." Y la controversia sobre la clasificación de Plutón seguirá... No descartemos que para implementar esa agenda 2030 vuelvan a incluir al Hades de nuevo de vuelta al Olimpo de los planetas.




Las imágenes ofrecidas por la New Horizons de la región conocida como Tartarus Dorsa que cubre unos 500 kilómetros, nos ofrecen unas sombras que separan el  día y la noche de Plutón que reflejan la áspera y escamosa región referida a esa parte del Hades de la mitología griega. ¿Recreación? Por cierto, el famoso "planeta X" que buscaron por las pequeñas  irregularidades en las órbitas en Urano y Neptuno, que no encajó en las actuales medidas de este planeta enano, jamás se ha descubierto. Debe de andar errante buscando su lugar en el «kosmos».


Continuamos en «Los Reyes del Tiempo»…





4 comentarios:

  1. Todo encaja mejor y tiene más sentido, también interno, desde un punto de vista geocéntrico. Es decir, las luminarias Sol y Luna son discos equivalentes en tamaño y complementarios en función. La Tierra es el centro de esta creación, todo lo visible para nosotros gira entorno a ella. Los ríos, lagos, mares, océanos, todo el agua contenida en sus diversos estados: gaseosa, sólida-congelada o líquida, fluyendo indiferente norte-sur o sur-norte, así lo demuestra sin lugar a dudas. Nadie nunca pudo demostrar lo contrario, porque es imposible.

    Las teorías y los números, el papel, lo aguantan todo, y para muestra un botón, de su propio artículo:
    3474,8 km de diámetro de la Luna x 400 = 1.389.920 km; siendo 1.391.016 km el diámetro del Sol. Apenas 1000 km de diferencia.
    Lo anterior, como pequeño ejemplo, para "explicar" las casualidades cósmicas debería ser a estas alturas del juego motivo suficiente para desechar, comprender y rehacer. Recomenzar por saber lo que no puede ser. Nunca es tarde si la dicha es buena.

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    1. Gracias por el comentario. Pero justo demuestra todo lo contrario. ¿Ha leído lo escrito aquí sobre las fases de Venus y Mercurio entorno al Sol?¿Y las correspondencias entre distancias planetarias (incluyéndonos a nosotros, la Tierra) con respecto a nuestra estrella? Si jugamos con los números jugamos con todas las fichas del juego, no sólo con las que nos conviene para "intentar" plasmar una teoría que no tiene ni pies ni cabeza desde el punto óptico y físico. Jejeje. Todo encaja mucho mejor desde un punto de vista heliocéntrico con los planetas en nuestro sistema solar, como ya planteó en su día Aristarco de Samos y que por motivos de "dignificación de los dioses" se lo apartaron. Otra cosa discutible, y que planteo aquí, es el manejo de los tiempos para dar a conocer esos conocimientos, por quiénes, su ritualismo y su profética nomenclatura; así como esas "correspondientes" medidas y su manejo en nuestro planeta, también. Ese control de las divisiones temporales y el conocimiento "esotérico" de las distancias y lugares sagrados es lo que intento desarrollar en la segunda parte de este primer artículo, que ha sido un intento de exposición para desarrollar la investigación (y que espero acabar en breve). Le recomiendo la lectura de las 3 partes de este otro trabajo para un mejor entendimiento de lo que le he intentado explicar. Perdón la tardanza. Saludos. https://tecnicopreocupado.com/2020/03/01/las-medidas-universales-de-lucifer-1/comment-page-1/

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    1. ¡Qué enorme disgusto se iba a llevar Claudio Ptolomeo al comprobar como a punto de cumplirse los dos milenios de su obra, la ignorancia, se hacia dueña de las mentes confusas y con escaso criterio en la Era de la Información!

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