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sábado, 30 de diciembre de 2023

 


LA LEYENDA DE LAS ESTRELLAS ERRANTES Y LOS REYES DEL TIEMPO (PARTE ii).



LOS REYES DEL TIEMPO. 



De quinarios a cuarentenas... y de santos a estrellas.

"El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla con el más grande esplendor."

                                                                              Horacio. Siglo I antes de Cristo.

Los esclavos debemos sentir el aroma de la libertad como si fuera de un uso exótico, "que esté ahí",  que creamos poseerla. Tenemos la sensación de sentirla con nosotros. Algunos incluso se atreven a arengar que nos pertenece "por derecho divino" (es ironía, no se espanten). Pero no. La imaginamos cercana y tangible, casi dentro de nosotros, pero tan sólo es una fragancia que nos dejan percibir de manera provisional, llena de elementos que son volátiles. Desaparece todos los días para que volvamos a sentir su perfume al día próximo, al rato después, o a la mañana de la siguiente jornada. Y esa es justo la sensación con la que nos mantienen los señores que mueven nuestros hilos, los llamaremos "titiriteros". Creer que lo eres, "libre". Decía el escritor, y anterior esclavo afro-americano, Frederick Douglass, que para mantener contento al esclavo era necesario que no pensara. Que debían de oscurecer su visión moral y mental. Aniquilar su poder de razonar. Los amos de los "animalitos" procuran saber y controlar todo lo que oyen, ven  y piensan sus criaturas. En nuestros tiempos esto les resulta muy fácil, nosotros mismos facilitamos esa información, algunos incluso con gusto. El patético "yo no tengo nada que esconder". 

Pero no siempre fue así. Desde épocas inmemoriales está documentado que la regularización de la vida de los hombres se ha realizado con las divisiones estructurales de su tiempo. Había que fragmentarlo para que no se percibiera que detrás de ese control existía de una manera demasiado evidente la "mano humana", y que esta debía de pasar por los intermediarios, reyes y casta sacerdotal. Las manos invisibles del teatro de títeres escenificando el tiempo de los dioses

Analizado nuestro "espacio" próximo y su recreación de los mundos mitológicos en este, en varias etapas según iba evolucionando la cosmogonía adaptándose a los diversos relatos, examinaremos de que manera han manejado (y manejan) nuestro "tiempo" a lo largo de diferentes épocas. Para este estudio descompondremos un sistema de división en 5 etapas de diferentes temporalidades, o quinario (de 5 elementos), que nos ha parecido relevante y que parece haberse adaptado en distintas épocas a través de los relatos mitológicos.

Tablillas del Poema de Gilgamesh

Según las inscripciones halladas en los más antiguos documentos conservados en escritos o grabados sobre piedras y papiro, con referencias periódicas, son las listas de reinados sumerios y egipcios, que se fusionan con la mitología y unas desproporcionadas dataciones, las primeras en aparecer. Esta desmesura en la fijación de las fechas de sus mitos de origen pretendían poner tierra de por medio, o un tiempo lo suficientemente considerable, entre su historia reciente y "el principio de sus tiempos". Manejar y dominar el tiempo, en concreto. Ejemplos de esa elaboración fueron el poema de Gilgamesh de los sumerios, el poema de Atrahasis, babilónico, o el mito de la Vaca Celeste, de los antiguos egipcios, perteneciente su hallazgo al Imperio Nuevo, pero su escritura pertenece al periodo anterior. No se encuentran, hasta la fecha, divisiones del relato histórico en civilizaciones anteriores a la helénica en 5 etapas, tales como fueron descritas por Hesíodo, allá por el año 700 antes de Cristo, en su obra "Los Trabajos y los Días", y su división en 5 "edades" aludiendo a los metales para su clasificación. En ese relato se manifiesta el mito del "eterno retorno", donde las edades regresarían al caos primordial y se comenzaría un proceso nuevo.

Más allá del concepto de unión del 5, como entidad catalizadora para unir a los cuatro elementos existentes en nuestro mundo: aquello que en los Upanishad védicos llamaron la "Akasa", y que daba vida al agua/apas, aire/vayu, tierra/prithvi y fuego/agni, dando razón de ser a lo creado; aquel "éter" del que hablaba Platón en su Timeo; o el "primer motor" planteado por Aristóteles; o ese concepto convertido por el esoterismo de aquellos alquimistas medievales, como Arnau de Vilanova, que lo denomina "spiritus", la quintaesencia de la Gran Obra, intentaremos trabajar sobre esa base 5 que parece accionar el módulo trascendente de la misma vida y que permite crear y representar unas realidades determinadas y manejadas desde los ya mencionados hilos.

Buscaremos las influencias de esta división en 5 en otros patrones en diferentes escalas temporales en esta, la helénica, y otras civilizaciones. Varias teorías proponen que el mito de las edades hesiódicas habría surgido de la ideación del propio poeta a través de las materias proporcionadas por la cultura griega, que ya manejaban la idea de razas encarnadas en metales, y habría adaptado un patrón procedente de culturas orientales como la persa, la mesopotámica o la hindú. Sin embargo, es por una reciente investigación comparada con los mitos egipcios del historiador Roque Lazcano Vázquez, donde podemos seguir rastreando esos orígenes quinarios y  dilucidar un esquema de acciones comunes a lo largo de la historia. 



Nos señala este autor que existen paralelismos entre los mitos hititas de Kumarbi y Ullikummi, de mediados del II milenio antes de nuestra era y la Teogonía de Hesíodo, donde se narran los sucesivos destronamientos de los dioses, con niños que hacen pasar por piedras envueltas en pañales y son devorados por el padre  (tal como Zeus en su día); o los existentes, también, entre el mito de Pandora, de los Trabajos y los Días del mismo autor, y las sumerias, épica de Gilgamesh, del III milenio, la épica de Atrahasis, del siglo XVIII, y el mito de Enki y Ninmah, del II milenio y con muchas posibilidades de estar inspirado en el anterior. Esas influencias de las civilizaciones orientales en la cultura helénica se destacan en dos periodos: un primero durante la antigua época micénica, entre los siglos XIV y XIII antes de Cristo, donde hubo enclaves griegos establecidos en ciudades como Tarso (sí, la ciudad de Pablo, Pablito, Pablete) y la zona noroeste de la actual Siria; el segundo comenzaría después de la misteriosa edad oscura, donde casi se apagaron las luces de registros históricos entre los siglos XIII y el VIII antes de nuestra era, donde a partir de mediados del siglo IX se comienzan a ver influencias orientales en el arte bastante marcados en el griego. 

Pero es a partir de la expansión del Imperio Asirio durante la época en que Hesíodo compuso sus obras, cuando este se pudo servir de las cosmogonías cíclicas en base a cuatro edades procedentes de Persia y la India para la creación de su mito, añadiendo la Edad  de los Héroes para adaptarlo a la visión de la religión griega. Eso significaría el deseo del poeta de haber nacido en la época de los héroes o en la posterior a él, pues sería participar en el comienzo de un nuevo ciclo. Aquí encontramos un patrón, donde el autor o profeta expone la idea de degeneración y cambio inminente.

Sucede un problema. Tanto los textos hindús donde se aluden a los cuatro yugas, como los Avestas zoroástricos, de tierras persas, son de diferente creación temporal que las del poeta griego. Sin embargo, coinciden las yugas hindús y las edades hesiódicas griegas en la degeneración de la raza en la última época; aludiendo a una depreciación de los metales. Tiraremos del gran poeta de todos los tiempos (o poetas), para empezar a ver, y para poder mostrarnos, lo que el ciego Homero: que «lo esencial es invisible a los ojos», pero que se revela en las grandes historias.



Fijémonos a grandes rasgos en la división en 5 etapas de la historia de la Humanidad en la actualidad: la Prehistoria, desde la aparición del hombre hasta los primeros escritos hacia el 3300 antes de Cristo; la Edad Antigua, hasta la caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 de nuestra era; la Edad Media, hasta la desaparición del Imperio Bizantino (o Romano de Oriente) en el 1453; la Edad Moderna hasta la Revolución Francesa en el 1789; y la Edad Contemporánea, hasta nuestros días (con el permiso de los "acuarianos").

Otro constructo de edades en 5 divisiones es el 5º Reino Cristiano, tras los 4 imperios anteriores: Babilonia, el Imperio Persa, el heleno de Alejandro Magno, el Imperio Romano, y el establecimiento del reino eterno de Dios, basado en las profecías del hebreo Daniel, y con alusiones veladas a las edades de los metales, que a día de hoy se consideran "ex post facto" (realizada con posterioridad a los hechos narrados).

Las 5 edades del Universo según los cosmólogos metafísicos: la era Primordial, la era Estelífera (llena de estrellas y la actual), la era Degenerada, la era de los Agujeros Negros y la última era Oscura, donde se evapora todo.

Los 4 eones geológicos más el postrimero Antropoceno, basados en nomenclatura griega: el Hadeico o Hádico (por el Hades/Infierno), el Arcaico (por el Origen), el Proterozoico (Vida Temprana), el Fanerozoico (Vida Evidente), sumados al "eón" Antropocénico, donde ese maleante animal de dos patas repercute peligrosamente sobre los ecosistemas de la Tierra. De reciente creación a medida de la agenda de los titiriteros.


La influencia de las 5 etapas históricas culminó en la Antigüedad con la clasificación que plasmó el astrólogo Julio Fírmico Materno en su "Matheseos Libri Octo" (8 libros de Matemáticas), considerado el mayor compendio de astrología de la época Antigua, con toda la influencia del neoplatonismo en el Imperio Romano tardío del siglo IV y una década antes de convertirse al cristianismo. Fírmico, relató a través de una hipotética carta astral del Universo la historia de la humanidad por medio de las 5 estrellas errantes, puesto que pensaba, como buen creyente neoplatónico, que el hombre estaba hecho a semejanza de la imagen de este (el Universo). Aquí los planetas toman el lugar de los metales, señalados estos por la Luna, según el astrólogo: A Saturno se le otorga la primera regencia del tiempo, donde los hombres eran rudos y salvajes y donde se producen los primeros pasos hacia la luminosidad desconocida. Le siguió Júpiter en el reinado del tiempo, donde la humanidad daría un paso adelante de un modo más culto hacia la vida. El turno de Marte como regente del tiempo llevaría a los hombres hacia el camino correcto de la civilización y donde se pudieron aprender las artes y las habilidades. La recepción de Venus de ese control temporal lleva a la humanidad al aprendizaje del lenguaje y a las ciencias individuales, protegidos por una divinidad que les otorgaría gozo y salud. Mercurio es el designado para la última etapa. Su reinado del tiempo influye en la purificación de los hábitos toscos, las habilidades y las ciencias ya aprendidas, así como la aparición de costumbres y de instituciones. Entonces surgió la maldad y el mal, y la humanidad inventó y transmitió sus crímenes malvados. Es por eso que se le atribuyó a Mercurio ese tiempo.



También le atribuimos esa clasificación temporal a conceptos más místicos o metafísicos de evolución humana, como el ejemplo de los 5 mundos que atribuye la cábala judía que existen entre el Creador y nosotros: el primero Adam Kadmón, después el llamado Atzilut, seguido del Briah, continuado por el Yetzirah y el último del Asiah. Pero ¿de dónde procedían esas clasificaciones temporales quinarias que sin duda tienen relación con las divinidades y quiénes controlan su intermediación? Es como si alguien contara un relato señalándose los dedos de una mano. Pasaremos a buscar otras escalas temporales.



Comenzaremos por los 5 días añadidos a los 360 anuales en los calendarios del antiguo Egipto y la antigua Persia, los llamados epagómenos, e identificados como deidades. En el caso de lo narrado en la cosmogonía del Libro de los Muertos de la época del Imperio Nuevo egipcio, allí, mediante una parábola nos explican como Thot, el dios de la sabiduría y el portador de la enseñanza con los intermediarios entre las divinidades y los hombres, le arrebata mediante un juego llamado senet cantidades de tiempo a Jonsu, el dios de la Luna, tiempo de su luz. Esto se debe a una intercesión de Thot hacia Nut, la diosa del Cielo, víctima de una maldición del supremo dios Ra, el representante del Sol en su máximo esplendor, que es advertido de que uno de los hijos de Nut llegaría a ser faraón y le usurparía el poder. Este reunió a sus poderes mágicos y pronunció: “Ningún hijo de Nut nacerá en ningún día ni en ninguna noche de ningún año.” Thot, le consigue arrebatar hasta 5 días y los colocó entre el final de ese año y el comienzo del siguiente y así romper el maleficio de Ra hacia los hijos de Nub:

"El primer día Nut dio a luz a Osiris, que sería faraón después de Ra; el segundo día, a Harmachis (Horus, el Viejo), que está inmortalizado en la Esfinge; el tercer día, a Seth, que más tarde mataría a Osiris y se convertiría en faraón; el cuarto día, a Isis, que sería la esposa de Osiris; y el quinto día, a Neftis, que sería la esposa de Seth."

En plena revolución francesa se quiso imponer un calendario al estilo egipcio que contaba también con 5 días epagómenos, llamados aquí fiestas de les Sans-Culottides, dedicadas a la virtud, al talento, al trabajo, a la opinión y a las recompensas. Los años bisiestos se añadía un glorioso día de la "Révolution".

De nuevo, la cosmogonía de una cultura, sus dioses y su relación con las estrellas errantes nos muestran esa intención de controlar el tiempo. Entrando en la división temporal de los días haremos un repaso a su estructuración en jornadas laborales en quinarios, de diferentes periodos históricos y su relación con su mitología/ religión. Comencemos por la formulación que aparece en lo que nos ha llegado del Jorda Avesta zoroástrico de la Persia del primer milenio antes de nuestra era. El día se dividía en 5 rezos, los llamados como Gahs. La primera, conocida como Havani, de las 6 a las 10 de la mañana; el Rapithwina, de las 10 de la mañana a las 3 de la tarde, perteneciente al mediodía; el Uzayeirina, de las 3 a las 6 de la tarde, que corresponde al atardecer; el Aiwisruthrima, de las 6 de la tarde a las 0 horas, siendo el periodo de la medianoche; acabando con la noche desde las 0 horas hasta las 6 de la mañana, el rezo del Ushahina.  

Estas estructuraciones quinarias tienen un formato bastante similar a los 5 rezos diarios del islam, a partir del siglo VII, denominados "Salat". Las 5 oraciones obligatorias para todo musulmán disponen de unos límites con el juego de luces del Sol marcando los tiempos: El denominado Al-Fajr del alba, cuando aparece una blancura por el Oriente que se va elevando, conocido por primer alba, y justo cuando  esta se extiende por la llanura, el segundo alba, es cuando arranca el tiempo de esta oración que ha de culminar justo instantes antes de que aparezca el astro rey. El Al-Dhuhr, del mediodía comienza cuando el Sol empieza a declinar hasta que hay tiempo suficiente para la oración de la tarde. El Salat de la tarde se denomina Al-Aasr. El correspondiente al ocaso del Sol se denomina Al-Magrib, y comienza desde este hasta antes de la medianoche y que haya tiempo de sobra para la siguiente. Y justo el de la noche, el Al-Ishá, se realizará pasados tres ciclos de oraciones desde el ocaso hasta medianoche.

Los lustros en la civilización romana hacían referencia a los sacrificios y ceremonias realizadas el año siguiente a la realización del censo de la población romana cada cuatro años. La "lustratio" (purificación) quinquenal era de obligada asistencia e incluso estaba penada con la pérdida de los derechos ciudadanos para los ausentes.

La parábola de los Talentos. S. XVII. Willem de Poorter 

La división en 5 de la jornada durante los comienzos del cristianismo se hizo patente en la "Parábola de los obreros de la viña", sita en el evangelio de Mateo, y dice tal que así:

"Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo. Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros."

Esta división marcará el calendario monástico desde la Alta Edad Media hasta bien entrado el siglo XIV, siendo la medición del tiempo del Occidente cristiano administrado por la Iglesia. Fue Orígenes de Alejandría, uno de los Padres de la Iglesia, de la primera mitad del siglo III, quien usando esta parábola la utiliza para establecer los 5 periodos de la historia sagrada con el nacimiento de cada uno de los siguientes personajes: AdánNoéAbrahamMoisés y Cristo. Pero fue Gregorio Magno, de finales del siglo VI y uno de los 4 grandes Padres de la Iglesia de Occidente, quien plasmó esa idea en una homilía para la jornada en 5 periodos, siendo cada llamada de nuevos trabajadores una nueva alianza de los hombres con Dios:



"La mañana del mundo dura de Adán a Noé, la tercera hora de Noé a Abraham, la sexta hora de Abraham a Moisés, la novena de Moisés a la venida del Señor, la undécima de la venida del Señor al fin del mundo." 

Podemos llegar a la elucubradora conclusión de la utilización de los planetas, o estrellas errantes, y su influencia sobre la vida de los hombres, no de una manera en el sentido astrológico del término, sino en su utilización en un sentido más tangible, con los relatos sobre las todopoderosas divinidades y la inserción en la memoria colectiva, a través de una disciplina temporal, para ritualizar la adoración impuesta por la casta sacerdotal y la realeza, o "los elegidos", como intermediarios entre esas divinidades y súbditos a controlar a través de un presunto conocimiento esotérico de escalas temporales. Entiéndase esotérico como conocido sólo por una minoría iniciada y a servicio de las élites de esos lugares.

Fijaremos a los dos astros mayores, Sol y Luna, como representantes del control anual, estacional y diario, el primero, y el segundo, como mensual y diferenciador de los días, otorgándoles un número o una fecha distintiva para sus actos rituales; identificando a esos planetas como marcadores idealizados y visibles a la par. Su uso lo localizaríamos a escala macro-temporal, como es el caso de las edades hesiódicas, como ejemplo, o micro-temporales, como es el caso de las divisiones de las jornadas y sus alianzas con las divinidades y los hombres que acabamos de ver.


Como culminación a este análisis-repaso (de momento) de las etapas quinarias temporales relacionaremos y estableceremos lo que nos parece la idea de integración de las antiguas estrellas errantes en el ideario colectivo, tal como hemos ido analizando. Una hipótesis que pudiera valer para el ámbito de culturas occidentales bajo influencias judeo-cristianas (vamos, todas ellas) del uso simbólico de los conceptos astro-mito época-edad / personaje bíblico:



Saturno, como planeta-mito, sería el equivalente a la Edad de Oro u otras edades primigenias con el personaje de Adán, como representante del primer hombre fruto de la creación de Dios (o dioses).



El gran Júpiter se utilizaría para figurar como creador del resto de razas-épocas, pudiendo utilizar la Edad de Plata o secundarias, en personajes-mito como el de Noé, o sus antecesores o influencias orientales, el Utnapishtim babilónico, el Ziudrusa sumerio o el Atrahasis de los acadios.



El símbolo-planeta Marte nos encajaría perfectamente en la siguiente Edad de Bronce o terceras, como dios guerrero en un mundo lleno de gentes interesadas sólo por la guerra y la soberbia. Aquí costaría de ubicar la figura de Abraham, personaje-fundador de las religiones monoteístas, pero su difícil localización en la historia se asemejaría al caso de esa misma terrible raza de guerreros.



Mejor nos lo plantea el planeta-mito Venus para asemejarlo a la Edad de los Héroes o cuartas, donde la raza de hombres y semidioses justos y valerosos con mitologías legendarias como la guerra de Troya. En este tiempo la figura emergida de Moisés, como guía de un pueblo elegido por Dios y cuya intermediación hace posible llegar a su gente a la "tierra prometida" por la divinidad, tal como Zeus retiró a sus "elegidos" a la "Isla de los Bienaventurados". Moisés valdría como figura-fundadora de naciones. 



¿Y Mercurio? El planeta-símbolo que encarna las figuras de varios psicopombos en donde la última raza creada, en ¿esta? Edad del Hierro o postrimera, vive en continuo pesar provocado por sus propios males, moran obligados a satisfacer las peticiones de los dioses, pero de vez en cuando son recompensados con ciertas alegrías. Los más propensos a crear maldades utilizarán toda suerte de engaños, tal como Hermes/ Mercurio, para hacerse con los bienes y favores de los más virtuosos, que verán en la figura del salvador-guía como Cristo, u otro hijo-profeta-elegido, la salida hacia un futuro paraíso celestial.

¡Ah, Hermes, el presunto compañero de la humanidad! Sí, presunto. Como el bandido que acecha sobre una caravana de viajeros esperando el momento propicio para el asalto, pero que sólo deja emboscadas a lo largo del trayecto para desviar a ese grupo de pasajeros por caminos distintos, marcándoles la pauta a seguir hasta el destino final fijado. El presunto asaltante espera paciente al pasaje, que en principio se muestran confusos en los primeros tramos de la travesía, pero que confían en el aprendizaje recibido para escoger el camino correcto sin sospechar de la sutil maniobra "mercuriana".

Ya en su versión en la religión egipcia, Thot, como lo conocían los griegos, o Dyehuty, su nombre original allí, siempre relacionado con la sabiduría y las artes, fue en origen un dios lunar, y como tal, vinculado a las fases de la Luna, que son una de las causas directas en la división en periodos temporales y su regulación en las costumbres de la civilización ayudada por la aparición de la escritura. Y son esos escribas tutelados por esta divinidad, los que plasman a Thot, como arquitecto conocedor de trazos perfectos sobre todo lo conocido y poseedor de la sabiduría en lo referente a las habilidades, las diferentes técnicas y la salvaguarda de la ley moral.



Aquellos sacerdotes de Thot, que eran los encargados de medir las tierras fértiles tras la bajada de las aguas del Nilo, post inundaciones anuales, para su división y reparto destinado al cultivo, también eran los responsables de la estructuración del tiempo, los espacios donde ubicar los templos de culto y la regulación y aplicación de las leyes. Parecidos fueron aquella tribu meda encargada de la organización del zoroastrismo, los Magis, cuyo origen étnico es de difícil clasificación. Con alusiones documentales desde tierras de lo que fue el Gran Irán (desde la cordillera del Cáucaso al río Indo, así a lo bruto) a fuera de esos territorios como Arabia, Etiopía o Egipto, hacen pensar que estos Magus/ Magis fueron algo más que una casta sacerdotal de origen exclusivo meda. Estos mediadores entre Dios y el Hombre, como ya comentamos en un trabajo anterior, parecieron moverse en diferentes zonas del Próximo y Medio Oriente por ese tiempo indefinido y arduo de documentar, entre el último cuarto del II milenio y el primero del I milenio antes de nuestra era: la denominada como Edad Oscura.

Fue durante esta época donde localizaron temporalmente a unos personajes en apariencia legendarios, de una religión monoteísta que contaba con una tribu que cumplía unos requisitos muy parecidos a esos posibles itinerantes magis zoroástricos. Ese tiempo está determinado por el colapso de la cultura micénica y de varias civilizaciones de la zona como los hititas o los asirios, y casi, casi, los egipcios. De la legendaria Guerra de Troya, hacia el 1200 antes de Cristo, hasta cuatro siglos después, a principios del VIII, con una fecha muy precisa, el 776 perteneciente a ese siglo, la de la primera celebración de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. Una sustitución del bronce por el hierro y un declive cultural, acompañado de invasiones migratorias de los llamados supuestos Pueblos del Mar, fueron algunas de las causas que produjeron este cambio de época que culminó, ¡oh, por todos los dioses! con la aparición del alfabeto. ¿Pero no había sucedido un declive cultural?  Intentemos explicarlo desde el micro-tiempo de los calendarios anuales hacia el macro-tiempo de las grandes épocas.



Cuando no cuadraban las fiestas o días de ceremonia se añadían días intercalares para que coincidiera el evento en tiempo con lo celebrado, debido al salto de jornadas acumuladas entre el calendario lunar, más utilizado en motivos de corte religioso, y el calendario estrictamente solar, más usado para el cómputo civil. Un ejemplo sería el día señalado para festejar un tipo de cosecha en honor a una deidad en el plenilunio de un mes lunar y que la fecha corresponda en el calendario civil unos 30 o 40 días antes o después de la recogida del producto; lo que quedaba en una cosecha poco provechosa y una ceremonia desnaturalizada. 


De la misma manera, se han utilizado los periodos intermedios para "ajustar" históricamente esas "parcelas de tiempo" que no armonizaban demasiado entre ellas, debido a la falta de documentación o ciertos elementos disonantes que "rompen" o "descuadran" el consenso general histórico. El escritor y profesor de lenguas clásicas, Bernardo Souvirón, nos comenta respecto a este tema lo siguiente: "No se puede decir que la historia se para. No se deja de escribir en un silabario en el año 1200 y 400 años después, sin nada por en medio, aparece un alfabeto perfectamente configurado con símbolos nuevos y con un sistema revolucionario: un símbolo representa un sonido. Y todo sin evidencias de evolución entre ambos métodos de escritura durante 4 siglos". A raíz de los símbolos que utilizaron los fenicios para llevar la contabilidad de sus negocios y que evolucionaron en el alfabeto griego, Homero, nos contó como esos guerreros micénicos relatados en la "Ilíada", que lucharon heroicamente contra Troya, nunca pasaron del sistema silábico. Pues sí. Parece que la recién estrenada forma de escritura se inauguró ni más ni menos que con las obras del gran Homero, la Odisea y la Ilíada, seguidas de la Teogonía y los Trabajos y los Días, del no menos grande (o grandes) Hesíodo, que bien reflejó ese cambio de época, como ya vimos.



Vendría a ser comparable como si Colón hubiera traído el alfabeto de las Américas en 1493 y pocos años después se hubieran realizado todas las magníficas obras del Siglo de Oro español. ¿Extraño? Parece que se escapó algo ahí. Aquí lanzaremos otra elucubradora teoría histórica. Es en ese vacío de registros documentados, salvo la línea temporal marcada por la lista de reyes egipcios, donde aparecen incursiones históricas de pueblos aparecidos en ese final y principio de esa época oscura. Pueblos itinerantes de la zona cuya religión es fruto de sincretismos de otras, monoteístas y de distintas deidades menores, que insertan sus personajes y reyes allí donde había un vacío. Tampoco creemos que fueran los únicos. Veamos. 



Nos referimos a la tribu de los levitas, la casta sacerdotal encargada de ejercer los asuntos antes mencionados del conocido pueblo hebreo. Ese pueblo elegido por su dios Yahvé en busca de su Tierra Prometida. Y a esa tribu elegida designada por su divinidad, a través del personaje de Moisés, su hermano Aaron como sumo sacerdote y sus familiares los encargados de administrar las ceremonias ritualistas y las ofrendas para llevar a buen puerto a ese pueblo. Todo quedaba en la tribu "escogida".

Y es ese personaje-mito-fundador que nos encajó bien en una posible Edad de los Héroes, donde convierte el ciclo de 40, ya sean años o días, en el principal para mostrar un tiempo de prueba y de conversión, de cambio, transición y renovación; tal como aquellos 40 días del Diluvio Universal, donde el mundo quedó sumergido y se purificó tras la retirada de las aguas. Moisés vivió 120 años bien marcados en tres etapas: los primeros 40 años como príncipe en Egipto, otros 40 años huyendo de esa tierra como pastor y los 40 años del Éxodo guiando a su pueblo allí donde su dios le indicó, en una gran prueba iniciática, en la que durante 40 días y 40 noches de ayuno en el monte Horeb, Yahvé, en forma de zarza ardiente, le "dictó", y el profeta escribió, las Tablas de la Alianza con los 10 mandamientos y las palabras del Pacto para darlos a conocer a su pueblo. Esta legendaria existencia se situaría, aproximadamente, al principio de esa Edad Oscura.



Mas este ciclo de 120 años en tres etapas se repetiría con los tres reyes más carismáticos del Reino de Israel, hablamos de Saúl, David y Salomón:

La duración del reinado del primero de ellos, Saúl, el unificador del reino, se muestra incierta en las escrituras, Lo común era citar la edad del personaje al ser elegido monarca y la duración de su mandato. No es un caso claro con Saúl, siendo un suceso único en el Antiguo Testamento. La tradición oral parecía otorgarle 40 años a ese reinado, que quedaría plasmado en textos pertenecientes a nuestra era, como el de Hechos de los Apóstoles, ya durante el cristianismo primitivo. En concreto el capítulo 13.21: "Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por 40 años." Y confirmándolo a través de fuentes hebreas, como el historiador judío Flavio Josefo y sus "Antigüedades Judías", de finales del siglo I, donde en su libro VI escribió que Saúl reinó 18 años antes de la muerte del profeta Samuel y 22 años después de ese momento, cuya suma concordaría con la afirmación de Pablo, en sus "Hechos". Pero claro, 1000 años después.

Para el siguiente rey, David, el gran guerrero, fueron más concretos en las escrituras, con división temporal cabalística de la que tomaremos nota para después. En 1 Reyes 2:11 se nos muestra: "Los días que reinó David sobre Israel fueron 40 años; 7 años reinó en Hebrón, y 33 años reinó en Jerusalén."

Su hijo, el famoso rey Salomón, constructor del Templo, pacificador y rey con gran sabiduría, se cita en 1 Reyes 11:42: "Los días que Salomón reinó en Jerusalén sobre todo Israel fueron 40 años".  

Los años fechados por los exégetas bíblicos para localizar esos reinados son variados, pero nos quedaremos con los años del 1006 antes de Cristo al año 999, como el reinado de David, primero en Hebrón, y del 999 al 966 en Jerusalén, donde bailan nueves y seises; quedando el reinado de Salomón del 966 al 928, y el de Saúl, del 1046 al 1006, aproximadamente, jugando alrededor del comienzo del I milenio antes de nuestra era, en mitad de la Edad Oscura, por tanto, de fácil camuflaje en ausencia de pruebas de evidencias arqueológicas, pese a las insistentes búsquedas en vano, una y otra vez, para hallarlas, así como los anacronismos comprobados entre los textos bíblicos y los años de la época de los patriarcas señalados. Ya pudimos comprobar en la anterior investigación como la "divina providencia" estaba del lado de "el pueblo elegido" a la hora de materializar su propia historia.


    

Ese ciclo de 40 días y 40 noches pasará a ser de modo simbólico el tiempo necesario para un encuentro real con Dios. Algo muy parecido a lo narrado en el Libro de Reyes sobre la huida del profeta Elías, perseguido por la ira de la esposa del rey Acab, de Israel, la maliciosa Jezabel, caminando durante 40 días y 40 noches hasta llegar al mismo monte Horeb, como Moisés, para encontrarse con Dios "en un ligero susurro de aire." Elías también perteneció a la tribu elegida, la de los levitas, y los sucesos se sitúan bastantes décadas después de las inexistentes pruebas materiales de la figura de Salomón. Por último, hemos de hacer referencia a la retirada de Jesucristo al desierto de Judea, en el monte de Quarantania (como no), durante 40 días, con sus noches, como prueba iniciática a los 30 años, antes de iniciar su ministerio público, como personaje-fundador-salvador de un "reino que no es de este mundo".

Pero vayamos a intentar poner en consonancia esas utilizaciones (de un modo "esotérico", digamos) de las fechas, con los movimientos astrológicos pertinentes, en su correcto contexto histórico. Esto es, cada época de una civilización concreta contabilizaba y agrupaba los años, los meses o días de distintas maneras y desde diferentes conceptos. Por esa causa no podremos transferir una forma de conteo a fechas a una época o lugar donde no existía, o no se utilizaba en esos momentos. También es una alerta de sospecha sobre la adulteración, o interpolación, de textos añadidos en época posterior a la narrada. Para poder visualizarlo construiremos un ejemplo sencillo e iremos desarrollando sus derivadas: no podría datarse como original una fecha en el Imperio Romano tal como un sábado 6 de Junio del 733 de la Era Romana, o como la llamaban ellos mismos, ab Urbe condita (a.U.c), lo que equivaldría al año 20 antes de Cristo:

Pese a llevar instaurado el calendario juliano en esa fecha dos décadas en la sociedad romana, la nomenclatura de los días de la semana usando los planetas no llegaría hasta el año 321, en época de Constantino, el Grande; donde la semana comienza con el Dies Solis, día del Sol como el culto a Mitra que profesó el mismo Constantino, seguido de los dies Lunae, Maris, Mercurii, Iovis, Veneri  y Saturni. Esta división en 7 días parece que fue un reflejo del cielo para estructurar (y controlar) el tiempo a medio plazo. En época del Emperador Teodosio, en el año 383, el día del Sol pasó a dar nombre al Dies Dominicus (Día del Señor), en honor a la Resurrección de Cristo, tras proclamar el cristianismo como religión oficial del Imperio. Este tipo de denominación procede de Mesopotamia y de ahí se fue extendiendo al resto de territorios. 



La contabilización de los días del mes no era numeral ordinario, como ahora, se empezaron a utilizar con los visigodos a partir del siglo VII y no fueron oficializados hasta los tiempos de Carlomagno, a primeros del siglo IX. En época de la fecha que analizamos existían 3 días clave que marcaban los meses: el primero de mes era conocido por las calendas, donde deriva "calendario". En un principio, coincidía ese día con la Luna Nueva, aunque con el calendario solar civil la cosa se complicó. Las nonas se llamaron al día en que faltaban ocho jornadas para el idus, y nueve incluyendo a este, estableciendo una fecha intermedia entre lunas. Los idus, días de Luna Llena, fueron los días 13 de cada mes, como se computaría años más tarde. El quinto día sería para las nonas, excepto los meses de Marzo, Mayo, Julio y Octubre, que sería el séptimo día, siendo el 15 el correspondiente para los idus de esos meses excepcionales. El resto de días se nombraban marcando si era la víspera o el día posterior a uno de esos tres días señalados, para nombra con un "ante diem" y el número de días restantes para esas tres marcas mensuales. Nos muestra que a medio plazo, la Luna y su juego con el Sol, eran clave para marcar las acciones a realizar a pocos días vista. 

Postridie Nonas Iunio, DCCXXXIII (733) ab Urbe condita, sería el nombre romano del día en cuestión. Algo así como el día siguiente de las novenas de Junio. Un poco complejo visto desde nuestros digitalizados días, ¿no? Donde las fechas sólo se han convertido en simples números a seguir para pagar, entregar, visitar, recoger, ir o venir, que nos convierte en auténticos esclavos del tiempo, lo que los romanos llamarían "tempus servi".



Ya entrada la Edad Media, con el cristianismo implantado en todo Occidente, y hasta bien entrada la Edad Moderna, se contabilizaron los días del año de un modo tanto popular como oficial, por el santo concreto del día designado por la Iglesia. Otra manera de inducir devoción en días señalados, porque ya sabemos que no todos los santos son iguales, ni visten ni se ofrendan de la misma manera. Esos santos menores pudieron ser determinadas estrellas brillantes en una fecha del año o un suceso astronómico, como las lágrimas de San Lorenzo, lluvia de estrellas fugaces visibles en los días alrededor del 10 de Agosto de cada año (este santo y fecha no los hemos escogido al azar).

El Libro de los Jubileos, o también llamado Libro de las divisiones de los Tiempos, es un antiguo texto religioso judío, de antigüedad aproximada del siglo II antes de Cristo, que no está dentro de los libros canónigos recopilados en la Tanaj hebrea, ni en los libros seleccionados por las distintas Iglesias cristianas mayoritarias en el Nuevo Testamento. Aunque era bien conocido como lo demuestran escritos referenciales posteriores. Aquí se mostraban las divisiones temporales para calcular el tiempo transcurrido desde la Creación: las semanas de años, de 7 años y las 7 semanas de años que daban lugar a un jubileo de 49 años. Tras 6 años de cultivo, el séptimo, se dedicaba al descanso del terreno. Los 49 años son un reflejo de la duración del cautiverio judío en Babilonia del 586 al 537 antes de nuestra era, y el siguiente año, el 50, se dedicará a la celebración  y a la finalización y renovación de una serie de leyes contractuales. Se calcula en 50 jubileos desde la Creación hasta que Moisés recibió las escrituras de mano de la "zarza ardiente" en el Monte Horeb, sin contar la cuarentena de años que vagó "el pueblo elegido" antes de adentrarse en la tierra de Canaán. Un total de 2410 años. Método de cálculo proyectado a muy largo plazo. El 50 en la biblia se puede entender como símbolo de plenitud.



Observemos con atención como funciona la proporcionalidad de los números y sus divisiones temporales, unas naturales y otras creadas en mayor o menor medida, como los quinarios. La semana de los 7 días, marcados por sus plenilunios y novilunios, y sus "equinoccios" lunares de cuarto creciente y menguante, que salta a las semanas de años y a su multiplicación por semanas de semanas de años que llevan al jubileo. La cuarentena de días se convierten en una cuarentena de años como prueba iniciática superior, que incluso se pueden aumentar por 10 hasta los 400 años de servidumbre de los judíos en Egipto. Los denominados 400 años de silencio que se conoce al periodo intertestamentario que va desde los últimos escritos del profeta Malaquías (hacia el 432 antes de Cristo) a la venida del "Hijo de Dios", eso es, del Viejo al Nuevo Testamento, donde Dios deja de comunicarse con "su pueblo". Pero parece esconder tras de sí las 40 semanas de embarazo para dar a luz a un niño, con esa carga simbólica que lleva en esos periodos iniciáticos. Escalas de tiempo que se repiten de distinta forma para inculcar en las mentes unas divisiones temporales con unos conceptos casi arquetípicos, que pueden servir para direccionarnos al común de los mortales sin apenas resistencia. Un "toda la vida ha sido así". Para nada quisiéramos hacer un paralelismo con unas cuarentenas de reciente aplicación, a nivel casi mundial, por una extraña tragipandemia, en la que incluso se nos dividía el tiempo de salida del hogar como si de un contrato con una suerte de divinidad estatal y supranacional se tratara y que velaba por nuestra salud... para nada.   

Para el cálculo a gran escala temporal en la civilización egipcia se usó la aparición en el cielo de la estrella Sotis (Sirio), lo que se conoce como orto helíaco, y que marcaba el comienzo del año. El gramático romano Censorino, del que sólo conocemos que vivió en el siglo III de nuestra era nos explica, en una obra llamada "De die Natali", unos detalles sobre el ciclo sotíaco:



"La Luna no determina el Gran Año verdadero de los egipcios, que los griegos llaman Kunikón (del perro) y los latinos Canicular, porque toma como año principal aquel en que la elevación helíaca de este astro se produce el primer día del mes que los egipcios llaman Thot. Debido a que el año civil (egipcio) sólo dispone de 365 días, sin contemplar un día intercalar cada cuatrienio, al cabo de cuatro años naturales se produce el adelanto de un día. Por lo tanto, deben transcurrir 1461 años para volver al principio. Este año es llamado "Helíaco" por unos y "Divino" por otros.

El enigmático Censorino fechó el último año de reinicio de ese ciclo sotíaco, o el apocatástasis de este, en términos clásicos, cercano a su tiempo, en el 139 de nuestra era, a partir de las fechas fijadas ya mencionadas del 776, de la primera Olimpiada griega, el 753, año de la fundación de Roma, o el 323, el de la muerte de Alejandro Magno, todos antes de Cristo. Pese a que su pequeño tratado sobre la importancia del día de nacimiento y la antropología de las divisiones temporales, puede resultar un poco tendenciosa para enaltecer la fecha en la que nació su mecenas, Quintus Caerilius, con motivo de su 49 cumpleaños. Entraría dentro de lo posible que ajustara las fechas para agasajar a su patrono y que la datación de la apocatástasis de Sotis con el año 100 del nuevo ciclo y el nacimiento de aquel. Pero aún así, ya le gustaría al 90 por ciento de historiadores e investigadores de la actualidad aportar la cuarta parte de datos que en esa obra detalla. Se podría deducir de las fechas de los años 1321, 2781 y 4281 antes de nuestra era como los puntos de partida probables de esos ciclos sotíacos. Y barajando como más plausible la segunda fecha como la de la elaboración del calendario, que correspondería con la II o III dinastía egipcia.

Nos llama la atención que las fechas de inicio de la cultura griega y la romana partan de dataciones casi paralelas en el tiempo, pese a ser los romanos bastante posteriores y herederos, en su plenitud imperial, de la cultura procedente del Mar Egeo. Si bien, se desprende de la historia académica que el concepto de fijar el tiempo en acontecimientos del pasado en la cultura griega no es desarrollada hasta el siglo V antes de Cristo, en plena época de Pericles. Por las mismas fechas, o algo anteriores, situaríamos la tradición hebrea de fijar el cautiverio de su pueblo en Babilonia y la primera destrucción del templo de Jerusalén. Queda en la duda que todas esas fechas coincidan de manera matemática y que es posible que bailen en muchos casos en varias décadas, incluso algún siglo, cuanto más se estira la fecha en el tiempo como vimos en la datación de esa época oscura.



Al bueno de Dioniso, el Exiguo, también le sucedió, sin ir más lejos, en el intento de fijar una fecha indubitada para el nacimiento del mesías del cristianismo. Eso pasó en la primera mitad del siglo VI, y pese a tener cuatro evangelios (oficiales) y numerosos escritos referenciados hacia su personaje narrando su ministerio como líder religioso, tan sólo unas décadas después de su vida, se cree que erró su cálculo entre 4 y 7 años en el mejor de los casos. Tampoco es de extrañar si no podemos saber con certeza ni el año exacto de la finalización del estudio, ni cuando murió el autor con nombre enmascarado de "pequeño Dionysos", alusivo al hijo de Zeus "nacido dos veces". El exiguo erudito se tuvo que encontrar con varias contradicciones (eso lo decimos nosotros). Se dice que no empleó el cómputo romano de los años "ab Urbe condita", pues en realidad nadie podía asegurar con exactitud la fecha de la fundación de la ciudad eterna y el tiempo transcurrido se perdió en la noche de los escribas al servicio de Roma que pretendieron estirar, al parecer, bastantes décadas el comienzo del glorioso Imperio. Usó con toda probabilidad los cálculos de la Era Olímpica, como así lo hicieron los romanos. Nos resulta un poco contradictorio que un pueblo como el romano usara como referencia el conteo de años griego. Veamos algunos ejemplos:

Quinto Fabio Pictor, historiador romano de la primera mitad del siglo III antes de Cristo, estableció la fundación de Roma el primer año de la octava olimpíada, lo que sería el año resultante de restar 28 años al 776 antes de nuestra era, ya que los años de la primera olimpíada sumarían desde ese año hasta el 772, que se tomaría como el primer año de la segunda celebración Olímpica, resultando el 748. Lucius Cincius, funcionario del primer siglo antes de Cristo, estira el año fundacional hasta el cuarto año de la duodécima Olimpíada, hasta el 729, más de dos décadas de diferencia. Existieron hasta 20 fechas distintas hasta que el emperador Tiberio Claudio, que gobernó desde el año 41 hasta el 54, estableció como válido el cálculo de Marco Terencio Varrón de un siglo antes, que calculó el tercer año de la sexta Olimpiada como fecha canónica. El famoso 753 antes de Cristo. 



El encargo de Dioniso fue establecer un calendario Pascual para que no coincidieran las celebraciones de la Pascua judía con la Pascua cristiana. El año de la encarnación y nacimiento de Cristo, que calculó fue el año tercero de la Olimpíada 194. En su época se contaba por la Era de los Mártires, que comenzó a partir del año (se supone) 284 de nuestra Era, cuando se partió desde el primer año del gobierno del cruel emperador Diocleciano como homenaje a las víctimas, aquellos mártires de la gran persecución de este sobre los cristianos. Entramos en otra disyuntiva documental, puesto que el abad Félix de Gillitanus, años después de Dioniso, nos dice que este tomó el inicio del gobierno el cuarto año de la Olimpíada 265, mientras que Eusebio de Cesárea, uno de los grandes tergiversadores del cristianismo, dicho sea de paso, y contemporáneo de ese emperador y de Constantino, nos señala el comienzo de la Era diocleciana el segundo año de la Olimpíada 266. Las explicaciones más razonables nos llevan a pensar en una conveniencia del exiguo matemático para cuadrar "su año" 532 para que encajara su calendario pascual de esos años en adelante. La otra opción era el año 536, pero el primero era divisible por 4, por 7 y por 19, lo que lo hacía ideal para sortear años bisiestos, días de la semana y el ciclo lunisolar coincidente cada 19 años, conocido como ciclo metónico, y que facilitaba además el cálculo sobre la edad de la Luna para los equinoccios de primavera.

Hubo otro hecho que se comenta sobre este personaje que nos ha resultado sospechoso. La creencia, en esos tiempos, de que 500 años después de la vida de Cristo se produciría el fin del mundo. Se calculaba que Jesucristo nació en el año 5500 desde la Creación y que el mundo no podía durar más de 6000 años. Dioniso, el Exiguo, quiso demostrar que aceptando su fecha se veía claro que tal creencia era infundada. Pero si nos fijamos en esas fórmulas de cálculos, estas nos marcan unos ciclos quinarios como los que hemos visto y que denotan cierta artificialidad hacia un control en la memoria colectiva. 



El sistema de conteo del Anno Domini no comenzó a ser usado de manera consistente hasta mediados del siglo VIII (731) cuando el monje e historiador inglés Beda, el Venerable, lo empleó en su Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés. En el resto de Europa se seguían usando, las pocas veces en que era necesario, los viejos sistemas de datación. Los musulmanes habían  elaborado su propia era a partir del momento en que Mahoma huyó de la Meca (Héjira) y el Imperio Bizantino usaba la Era de la Creación, que tenía su origen en la fecha supuesta de la Creación del Mundo (5509). Es decir que el año en que Beda terminaba su obra era el 1484 de la fundación de Roma, 1042 de la era seléucida, 112 de la Héjira y el 6239 para los romanos de Constantinopla. Sin olvidar que los españoles cristianos usaban la Era Hispánica (inicio en 38 antes de Cristo) lo que los ponía en el 765.



Buen ejemplo fueron los intentos por fechar la mítica, en teoría, guerra de Troya. El gran Heródoto, que vivió durante el siglo V antes de Cristo, la estimó hacia 1250. Dos siglos más tarde, el director de la Biblioteca de Alejandría más famoso, Eratóstenes, la dató entre los años 1194 al 1184 (bibliografía no le faltaría), y el grabado conocido como "Crónica de Parós", contemporáneo del anterior, la situó entre 1219 y el 1209. Datar la historia cuando se mezclaban mito y realidad también resultaba complicado antes de la Edad Oscura.

Pero no cambian para nada estos errores el relato de los sucesos. Lo importante es fijar el hecho en una fecha. ¿Podríamos imaginar lo que supondría cambiar de año de comienzo por ese "exiguo error", después de siglos de esfuerzos para llegar a un consenso aceptado en múltiples culturas como punto de inicio de era temporal histórica? Para eso se cambió a llamarla Era Común y casi todos contentos.

Observemos un poco por encima unos ejemplos de como fijar una fecha o año de un acontecimiento algo difuminado en el tiempo, cuanto poco, como inicio de "era" en diferentes ritos de la masonería y hacernos una idea de por donde pueden ir los tiros en la aceptación como tal de algunos constructos históricos, que tienen algunos más de leyenda que de real, y promocionados como verdaderos:

En la masonería azul o simbólica, la de mayor uso, sólo hay que añadir la redonda cifra de 4000 al año en curso para establecer su pretendida fecha de inicio. El Rito Escocés utiliza el calendario hebreo puro, el que inicia anualmente en Septiembre, y que añade 3760 años a lo que ellos denominan como "Era Vulgar", que no es otra que la nuestra. El Rito de Memphis-Misraím añade a esa era 4004 años. 

El Rito Templario de la masonería cuenta su primer año la fecha de fundación de la Orden del Temple, el 1118 de nuestra era. Difiere del otro, Rito de la Estricta Observancia, también templario, que "observaron" mejor marcar el año de la destrucción de dicha orden, el 1314, como primero.

La Orden de Reales Arcos tiene como fecha de comienzo la construcción del segundo Templo de Jerusalén por Zorobabel y añaden 530 al común de los años; así como la masonería críptica de la Orden de Reales y Selectos Maestros apunta a cuando ellos suponen que fue finalizado el primer Templo en la redonda cifra de 1000 años a añadir. 

Podríamos deducir de estas logias de pretendidas sabidurías ancestrales, muchas de ellas con una influencia muy sorprendente sobre la sociedad actual, que las fechas de inicio de eras no son más que producto de constructos históricos y dataciones con carga simbólica, y si esta no se puede documentar, se construye. Repetimos: ¡Se coooonstruuuuuyeeeee!

Pero hay un método eficaz e infalible, a la par que sencillo, que vale para cualquier época y utilizado por casi todos los "sabios" de todos los tiempos, y ese es el que hemos denominado como "secuestro del Sol" durante el solsticio de verano o de invierno o de los equinoccios. Se trata de proyectar y medir la sombra o la luz del astro rey en ese día y "raptar" ese instante mediante una marca. Recuperaremos un texto nuestro de un anterior trabajo, en el que poníamos en duda los errores de las mediciones de grandes distancias a la par que se calculaban con precisión los movimientos de las estrellas en la cúpula celeste.

"Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482), reputado matemático, astrónomo y, como no, cosmógrafo florentino. Sus conocimientos en matemáticas fueron aplicados para la construcción de la cúpula de la catedral Santa Maria del Fiore (Florencia). Toscanelli colocó el más alto gnomon conocido en la época en esa enorme cúpula. Un objeto de 4 cm en la ventana sur de la cúpula de Brunelleschi a 90 metros del suelo. Calculando de manera muy precisa para ser utilizada como instrumento de medición del año solar. Los cálculos llevados por el viejo Toscanelli con su “agujero gnómico” permitieron corregir las Tablas Alfonsinas y Toledanas, que fueron las medidas oficiales astronómicas hasta ese momento. La “trampa solar” del gnomon ‘inverso’, atrapa el disco solar grabado en el suelo de la catedral durante el solsticio de verano, al mediodía, como el cálculo de Eratóstenes."


Esta precisa medición, en 1475, pone bajo sospecha todas las desincronizadas celebraciones religiosas y el calendario civil que dieron paso al cambio del mismo y su ajuste un siglo después, en 1582, de nada más y nada menos que ¡10 días!. Extraño, cuanto menos, que no actuaran con una mayor celeridad y dejaran estirar tantos días de error temporal. Quizá había que esperar a un momento especial para colocar todos los engranajes que hemos ido desgranando hasta ahora. Eso es lo que intentaremos explicar con un "monumental" ejemplo (nunca mejor dicho). 




Continuará...